Opinión

Télam o X

En un largo derrotero, la Argentina se quedó sin agencia oficial de noticias. El docente de ética Héctor Becerra, describe los avatares desde su fundación, por Perón, hasta el presente libertario.

Por Héctor O. Becerra (La Tecl@ Eñe)

Durante la apertura de las Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional el presidente Javier Milei informó que cerraría TELAM como parte de su política para reducir gastos del Estado y por considerar a la entidad como una “agencia de propaganda kirchnerista”. Estas afirmaciones tan categóricas del primer mandatario se inscriben como certezas. La “certeza” es el saber claro, preciso y seguro de algo, esto es, la convicción de que algo es como se dice o se piensa; pero, puede no ser verdadero. La certeza no es equivalente a la verdad; sino, a la ausencia de dudas; de allí que es posible tener la certeza de algo que resulta falso. Se impone entonces revisar los argumentos de la censura.

Digamos para comenzar, que el nombre de la agencia surge del acrónimo de Telenoticiosa Argentina y acaba de cumplir 79 años de su creación en 1945 por el entonces Cnel. Juan Domingo Perón. En ese momento finalizaba la Segunda Guerra Mundial y la hegemonía informativa en nuestro país la ejercían dos agencias noticiosas norteamericanas. En agosto de ese año nacía el diario Clarín y llegaba al país un nuevo embajador de los EE.UU. con todo el poder que le otorgaba las caídas de Berlín y Tokio.

En 1955 un golpe de Estado derroca al segundo gobierno de Perón y la autodenominada Revolución Libertadora no evalúa la importancia de que un país tenga su propia agencia de noticias. Es que no resulta sencillo entender que la mayor parte de la información con que se alimenta la opinión pública surge a través de vías indirectas: frente a la dificultad que tiene el periodismo para ser testigo de la multiplicidad de acontecimientos que se suscitan en esta realidad tan cambiante, surge la agencia de noticias como una organización que recopila información de sus corresponsales que se encuentran en diferentes lugares del país y/o el mundo y desde allí la transmiten inmediatamente a la central donde después de recibirla es enviada rápidamente a sus clientes que no son otra cosa que los medios: radios, diarios, revistas y TV.

Con la llegada a la presidencia de Arturo Frondizi y su política desarrollista en 1959, TELAM se privatiza y comienza una etapa de prosperidad para la entidad informativa que se expande y se convierte en el suministro más importante de noticias para todos los medios del país. En 1963 con la presidencia de facto de José María Guido, TELAM se clausura y con la llegada al gobierno democrático de Arturo Illia se reabre y recupera su actividad. La agencia sufre los vaivenes del país y con la nueva interrupción de la democracia, esta vez de la mano del Gral. Juan Carlos Onganía, se produce la estatización de la agencia de noticias. La decisión va de la mano de los destinos de la pauta publicitaria que termina siendo monopolizada por la agencia con lo que comienza una etapa de solvencia económica. En este momento TELAM incorpora como clientes a los cuatro canales de TV y a medios de todo el país.

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Como una promesa de campaña de Milei, que debe cumplirse para dar un ejemplo de austeridad, consideró en Mendoza, la vice Villarruel. Nada dijo del desquicio ocasionado por Hernán Lombardi en Télam, durante la gestión de Mauricio Macri.

En el tercer mandato presidencial de Perón en 1973, se estableció que las noticias de lo que sucedía en el país sólo podrían ser difundidas por medios nacionales. Esa monopolización de la información benefició a TELAM que incorporó muchos periodistas; inclusive, aquellos que eran despedidos por las agencias extranjeras. Con la llegada del Proceso de Reorganización Nacional en 1976 se reafirma la idea de monopolizar la información, esta vez con el objeto de encubrir la represión y tergiversar lo sucedido en Malvinas y si para muestra sobra un botón, nadie podrá olvidar aquella patética frase del periodista José Gómez Fuente: “Vamos ganando”. 

En el retorno de la democracia hemos visto que Raúl Alfonsín apoyó el desarrollo de la agencia, aunque en los dos gobiernos de Carlos Saúl Menem, como en el mandato incompleto de Fernando de la Rúa, hubo sendos intentos por liquidar TELAM y también por quitarle el manejo de la pauta oficial. A pesar del frustrado e incompleto mandato del líder radical, consiguió incorporar la agencia dentro del Sistema Nacional de Medios Públicos y con la llegada de Eduardo Duhalde aquella recuperó su independencia.

Con la asunción del kirchnerismo se inaugura una nueva etapa de amores y odios con el periodismo. Fue CFK quien en 2008 le arrebataría a la agencia el monopolio de la pauta oficial y luego de haberse impuesto en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) decidió no dar más conferencias de prensa ni entrevistas en diarios, revistas, radio y/o TV ya que sus interlocutores son necesariamente los periodistas y para la mandataria ellos eran quienes representaban los intereses comerciales e ideológicos de las corporaciones mediáticas. Al suponer que eran los periodistas los que intermediaban y distorsionaban lo que pretendía transmitirle al pueblo comete un error que es meter en una misma bolsa al periodista asalariado y la empresa informativa para la cual se desempeña, error en el que Perón supo no incurrir ya que cuando inaugura la Escuela de Periodismo del Sindicato Argentino de Prensa en 1953 sostuvo:

“Yo estoy persuadido que si los periodistas pudieran manejar el periodismo y no los directorios de las empresas que lo financian o los gobiernos que los manejan, el periodismo en el mundo funcionaría mucho mejor…”.

Es cierto que la retórica del general plantea una utopía porque si los periodistas manejaran el periodismo se terminarían convirtiendo ellos mismos en empresarios, cosa que ha sucedido con decenas de periodistas; pero, no deja de ser un argumento interesante para poder pensar que la complejidad de la práctica periodística radica en que tiene tres actores bien caracterizados y con intereses diferentes: los empresarios periodísticos, los periodistas asalariados y el público.

Damián Loretti relata en Derecho a la información que un empresario del Walt Street Journal a comienzos nomás del siglo XX sostuvo que el diario es una empresa privada que no debe nada a un público que no tiene sobre ella ningún derecho, siendo inglés no tenía por qué conocer nuestro artículo 14 de la Constitución Nacional; y Jürgen Habermas – uno de los más brillantes filósofos de la Escuela de Frankfurt -, afirmó en Historia crítica de la opinión pública que la aparición de los diarios hizo que el público se ubicara en una tribuna silenciosa donde tenía que aceptar pasivamente la información de los periodistas.

De allí que se esperaba que con la aparición de las redes sociales la diseminación a escala masiva de la comunicación – no nos referimos al hecho de recibir información porque eso era lo que venía sucediendo; sino, al hecho de poder producirla y fundamentalmente publicarla -, traería como consecuencia una mayor interacción entre los ciudadanos, lo que beneficiaría el ejercicio democrático.

Baudrillard sostiene en La transparencia del mal que las cosas liberadas quedan sometidas a la indeterminación creciente y al principio de incertidumbre. Fue lo que sucedió, y de la grandeza de Perón que logra imaginar un país con una agencia de noticias propia, quedamos empequeñecidos por alguien que supone que es posible la comunicación con el mundo a través de Twitter (NR: hoy X, de Elon Musk).

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