Derechos Humanos Opinión

Mi madre preferida

El trágico entramado alrededor de la violación de los derechos humanos a partir de 1976, debe ser puesto bajo contexto. Néstor Vicente militaba por entonces junto con Augusto Conte. Aquí una panorámica y su exaltación de la lucha de Norita Cortiñas.

Por Néstor Vicente

Augusto Conte asumió rápidamente que su hijo estaba muerto. Augusto María, primogénito entre cinco hermanos, militaba en la Juventud Peronista, estaba haciendo la colimba y el 7 de julio de 1976 salió en comisión y nunca regresó. En septiembre de ese mismo año Conte nos reunió a unos pocos amigos en su departamento de la calle Callao para un homenaje a su hijo. Sus restos no habían aparecido, ni aparecerían con el correr del tiempo, pero Augusto había buscado con inteligente desesperación una respuesta en todos los espacios del poder y con dolorosa capacidad de anticipación dibujó en su mente la tragedia de la desaparición y muerte.

Comprometió su vida en la pelea contra la dictadura. Puso en juego su propia vida en ese desigual enfrentamiento, no la perdió en la pelea, se la quitó después por decisión propia.

Ante la dictadura tuvimos una posición compartida. De alguna manera radicalizamos las posiciones en Democracia Cristiana y fuimos fundamentales gestores del nacimiento de la línea interna Humanismo y Liberación.

Él se incorporó a la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos que había tenido una reunión fundacional a fines de 1975 en la Casa de Nazaret, ubicada en la manzana de la Iglesia de la Santa Cruz, en el barrio de San Cristobal y una constitución definitiva, poco después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, en la Iglesia Metodista de Corrientes al 700. Al poco tiempo a propuesta de Conte me sumé a la APDH.

Pérez Esquivel en 1973 había fundado el Movimiento Ecuménico Paz y Justicia y de la mano de la resistencia, nacían después del golpe Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, donde militó incansablemente la querida Lita Boitano, que se nos fue con Norita para iluminar desde el cielo y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos.

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Las Madres irrumpieron en la Plaza de Mayo en abril del ’77 y se convirtieron en centro de la lucha, cobijo en la adversidad y grito desgarrador reclamando aparición con vida. Doce abuelas, entre quienes se contaban Licha Zubasnabar y María Isabel “Chicha” Mariani a fines de ese mismo año fundaron lo que terminaría siendo “Abuelas de Plaza de Mayo”. Estela de Carlotto, buscando a su hija Laura, secuestrada embarazada de tres meses, se sumó a las Abuelas en abril de 1978 y se conviertió en abanderada de la recuperación de 137 nietos apropiados por la dictadura,

La ronda de los jueves pasó a ser lugar de encuentro y resistencia. Hacia fines de 1977 me sumé por primera vez a dar vueltas alrededor de la Pirámide. No había rejas, solo un contorno de pasto precediendo a las baldosas. En tantos jueves y tantas vueltas aprendí la centralidad política de esa Plaza.

A Nora Cortiñas, presente en las rondas desde su origen, la conocí a fines de 1977, quizás principios de 1978. No era por entonces la entrañable “Norita”, la que hoy y por siempre será símbolo de la lucha por los derechos humanos, late en la memoria militante de quienes la amamos y estará en cada uno de los justos homenajes que evocarán su entrañable figura. Era simplemente Nora, una de las cientos de Madres que iban construyendo una épica que no pierde vigencia.

Hasta su último aliento buscó a su hijo Gustavo, que la dictadura le arrebató el 15 de abril de 1977.

La conocí cuando lo buscaba al grito de “aparición con vida y castigo a los culpables”. Inquieta, simpática, dándole pelea al dolor para convertirlo en acción y esperanza. Nunca bajó los brazos. Unos cuantos pasos atrás de Nora siempre estaba Carlos, su esposo, afable, preocupado, protector, era como su sombra.

Cada una de las mujeres que exhibían desafiantes un pañuelo blanco en sus cabezas eran queribles porque protagonizaban una lucha para la cual no se habían preparado. Recuerdo con admiración la valentía de Hebe de Bonafini, la humilde y generosa presencia de Juanita Meller, la calidez de “Chela” Mignone, el compromiso inteligente de Marta Vázquez o Taty Almeida, el trabajo incansable de Carmen Lapacó o de María del Rosario. Todas son heronias en la memoria y la continuidad de la lucha, pero a mí se me ocurrió, creo que fue en tiempos de ese Mundial de Fútbol de sentimientos encontrados, otorgarle mi humilde distinción de considerarla “mi madre preferida” a Nora Cortiñas.

Le poníamos humor a una realidad que lastimaba. De ahí en más en cada encuentro le reiteré mi elección o ella me la recordaba

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