Por Norma Lafuente D’abiduría
¿Qué culpa tienen las últimas generaciones argentinas en no conocer películas que son «obvias» para sus abuelos? Hablar de actores es delatar la época en la que se vivió. No es lo mismo Federico Luppi que Ricardo Darín. No es lo mismo Leonor Manso que Lali Espósito. Juntarlos, en tiempo presente, puede potenciarnos de una manera como solo la cultura puede hacer.
«Made in Argentina» fue dirigida por Juan José Jusid en 1987. La trama es sobre una pareja que tuvo que exiliarse a Estados Unidos durante la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Allí reconstruirán sus vidas y tendrán dos hijas, pero no dejarán atrás su tierra ni la bronca por «los amigos que se borraron» y «los dejaron solos».
El argentino que se quiere ir y el que se quiere volver entran en contradicción. Uno le dice al otro que allá te sentís distinto siempre. Del otro lado ven Ezeiza como la salida de los vaivenes vertiginosos a los que está acostumbrado el ADN nacional. Al final «si no es por una cosa es por otra», y «cuando se pudo comprar el frac, ya se terminó la fiesta», resume un personaje.
Los protagonistas deciden volver a Argentina para visitar a los únicos familiares que les quedaron. Osvaldo (Luis Brandoni) exterioriza menos que Mabel (Marta Bianchi) su dolor por las memorias que siguen en esa Buenos Aires distinta. Ella pareciera más firme en ciertas convicciones, acusándolo de «haberse olvidado de todo». Él responde que no, que justamente no se olvidó de nada.
Recordarlo todo pareciera difícil para cualquiera. Por mas que se tuviera esta habilidad (o defecto), las realidades de los otros y la denuncia social parecieran imponer su propia mirada parcial.
Entre las tantas visitas que hace Osvaldo -tomar un café con un amigo; caminar en el potrero donde se puso una camiseta de Racing por primera vez- va a saludar a un ex profesor de la universidad. Éste le recrimina a su alumno no haberse ocultado como lo hizo él. Le responde que volvería a hacer lo mismo que hizo, y el médico veterano le dice que él también, a pesar de que ahora para muchos sea «un hombre del Proceso».
El largometraje se realizó en años del gobierno de Alfonsín, hacía poco de la guerra de Malvinas, las presiones de los militares y las violaciones a los derechos humanos. En sus escenas quedó registrada la vida en aquella época, desde el reconocimiento en una pizzería a Osvaldo por parte de una compañera que lo creía muerto «como a los otros», hasta la frustración por las crisis económicas.
Los sentimientos se sienten a flor de piel, y van de la bronca al amor. Ese amor que hace a un personaje desearle a otro «que la viva» -en referencia a cumplir cierto deseo-, porque «si vos la vivís, es como si la viviera yo».
Actores como pocos interpretan una escena tan impactante como la del hermano de Mabel (interpretado por el chileno Patricio Contreras) y su esposa (Leonor Manso) en el final del film. Si bien hoy existen pantallas que muestran de todo, sería interesante desafiar a que alguien se acerque a esa discusión que lastima tanto, pero da la impresión al espectador de estar verdaderamente entre esos gritos e insultos.
Gritos exaltados por un poco de todo. Por la frustración, pero también por la fantasía. Por los años de represión, y por la pasión de defender lo propio. Por mas que aquello sea otra mentira. Al fin y al cabo, esto tiene que durar.


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