Por Héctor Pavón (Revista Ñ)
¿Cómo conversaremos en el futuro? ¿De qué hablaremos y discutiremos? ¿Cuánto ha intervenido la tecnología, la IA para modificar nuestros temas de intercambio con los demás? Y una preocupación cada vez más presente en tiempos electorales: ¿Puede la manipulación a través de tecnologías muy sofisticadas cambiar el rumbo de las opiniones y de las emociones?
En las últimas elecciones parlamentarias en las que triunfó La Libertad Avanza, se afirmó, una vez más, que las encuestas habían fracasado en la misión de medir la voluntad de la gente en el momento de votar. Sin embargo, dónde sí se registró la tendencia que daba ganadores a los candidatos de Milei fue en el campo virtual, allí donde transcurre la “conversación digital”. No es casual, es un dominio que los libertarios conocen muy bien. Es un espacio que conquistaron y moldearon durante la pandemia, al mismo tiempo que muchos aprendían a hacer masa madre y practicaban gimnasia en el baño.
Una definición posible – que reúne diferentes observaciones sobre este concepto, casi como imitando lo que hace una IA – sostiene que la conversación digital es un territorio de intercambios, diálogos y formas de interacción que se dan en redes sociales, plataformas de mensajería, foros, comentarios, transmisiones en vivo, comunidades online, videojuegos, newsletters, etc. No es solo “hablar por internet”, sino un modo específico de conversación que está marcado por nuevas lógicas, usos temporales y reglas culturales que cambian o se adaptan constantemente. El desafío, claro, es cómo cuantificar y cualificar lo que en esta dimensión ocurre.
Hubo una consultora que estudió como un campo fértil de opiniones aquello que se discutía en redes, foros, chats, etc. Se trata de Comunicacionesadhoc. Entre otras conclusiones, los analistas de este grupo entendieron que “El Presidente en su mejor momento (del 2025): se recuperó digitalmente luego de 8 meses gracias a dos salvatajes: EEUU y la elección”. También que “La recuperación de la agenda fue clave para reactivar las comunidades propias”. Y por el lado de la oposición encontraron que: “El peronismo sin líder en las redes: la voz opositora es mucho más activa para criticar a Milei que para defender dirigentes propios. La derrota peronista no es solo electoral: en las provincias con mayor relevancia electoral los candidatos libertarios fueron más mencionados que los peronistas”.

La conversación digital está establecida y tiene no solo participantes activos, sino que se legitima cuando se gana una discusión y se logra contagiar al otro de una posición política, por ejemplo. Lo que trae esta opción virtual es que se vuelve infinita, continua, no empieza ni termina: se reactiva, muta, se bifurca. Siempre hay alguien hablando en algún canal o espacio virtual posible. Tampoco hay alguien en particular que domina la escena, no es posible: miles, millones de personas pueden acceder a algún espacio para intervenir, producir contenido comentar o reaccionar. También para agredir hasta destrozar al otro. Otra ventaja es que puede incluir memes, emojis, gifs, audios, microvideos, streams, stickers, filtros.
Hay quienes creen que la conversación digital es espontánea, un lugar donde ejercer la libertad de expresión sin ningún tipo de límites. Pero no saben, o no quieren reconocer que esa charla está mediado por algoritmos, los espacios no son neutrales y han sido diseñados por plataformas con lógicas de atención y segmentación. ¿Dónde? En Twitter/X, TikTok, WhatsApp, Instagram, Twitch, Reddit, etc., con lógicas distintas en espacio.
Todo circula tan rápido que solo importa la inmediatez, la brevedad y la emocionalidad. No siempre son discusiones entre humanos, hay bots, asistentes de IA, respuestas automáticos y algoritmos.
Pero no solo en las amistades consolidadas se incentiva el diálogo cara a cara, el encuentro personal, incluso con celulares silenciados o apagados para privilegiar el valor de la palabra expresada. También hay rarezas. En reuniones y cócteles donde circulan personas con distintos niveles de poder de decisión, muchas veces la comunicación no siempre es sencilla. Entonces aparecen los “facilitadores de conversación”, personas con la función social de mediar y generar temas para generar charla y que todos participen y se sepa quién es la persona que se sienta al lado.
Sherry Turkle, socióloga del MIT, defiende la conversación cara a cara como el acto más humano y humanizador, esencial para la empatía y la conexión real, argumentando que la dependencia de la tecnología y los dispositivos móviles nos está llevando a una soledad conectada, donde priorizamos la comunicación digital sobre la presencia plena y la vulnerabilidad del diálogo íntimo, perdiendo habilidades clave como la escucha y la reflexión profunda.
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La conversación como desarrollo humano: Es donde aprendemos a escuchar, sentir empatía y comprender a los demás, un proceso que nos hace «más humanos». «Conectados, pero solos»: La paradoja de nuestra era, donde la saturación de tecnología nos aleja de las relaciones profundas y auténticas.
En defensa de lo «no productivo», Turkle propone recuperar el tiempo para la introspección, la reflexión y la conversación sin un objetivo inmediato de productividad, algo que el mundo digital desvaloriza. Ella propone crear espacios sagrados para la conversación: momentos y lugares libres de dispositivos. Hablar con quienes no pensamos igual: salir de las burbujas digitales para entender otras perspectivas. Enfocarnos en la persona que tenemos delante, no en la pantalla.
En su libro En defensa de la conversación Sherry Turkle expone que no está en contra de la tecnología, sino a favor de recuperar la calidad de nuestras interacciones humanas frente a la superficialidad de lo digital.
Mientras tanto en el conflictivo campo de la conversación digital, la batalla siempre está encendida. No importa cuándo, en cualquier rincón hay una luz encendida en un espacio donde se “conversa” sin verse las caras.


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