Internacional

Las elecciones en Venezuela, abren riesgos mayores a la crisis de los misiles y la guerra de Malvinas

El académico Juan Tokatlian ensaya una tesis sobre la importancia estratégica de las elecciones de Venezuela, en julio. En caso de que gane Trump en EEUU, ¿habrá carta de transación con Rusia respecto a Ucrania?

Por Juan Tokatlian

Hace ya un tiempo que la incertidumbre y la inestabilidad dejaron de ser los términos más precisos para caracterizar la realidad internacional. Ahora es más exacto hablar de pugnacidad y peligrosidad.

No solo hoy hay varios “puntos calientes” en el mundo, algunos de ellos son guerras propiamente dichas. Este es el caso de Europa, Medio Oriente, el Cáucaso, partes de África y Asia. En América Latina, sin embargo, no puede ser caracterizada en esos términos. Cada uno de los países tiene graves niveles de violencia interna, pero la región no es bélica en las relaciones inter-estatales o epicentro de conflictos con la participación concreta de actores extra-continentales.

Fuimos – es fundamental recordarlo -, territorio de eventuales y significativas confrontaciones armadas de alcance internacional. La Crisis de los Misiles en Cuba, en 1962 y el conflicto de Malvinas, en 1982, son dos casos en los que naciones extra-continentales se vieron involucradas.

Estados Unidos ejerció una amenaza directa en el caso cubano y apoyó a Londres en el caso del Atlántico Sur. América Latina pudo haber sido el escenario de una hecatombe nuclear en el tema de los misiles. En el caso de Malvinas, la región no logró tener una postura unánime respecto a las islas.

Hoy es evidente la dificultad de encontrar soluciones políticas negociadas a las principales guerras en curso en el mundo. Es notoria la erosión de la democracia y el auge de regímenes híbridos que combinan procesos electorales y prácticas autoritarias. Sobresale una renovada geopolítica de los recursos estratégicos (energéticos y minerales) que agrava las tensiones en distintas geografías y alimenta posibles situaciones bélicas.

El fortalecimiento de la capacidad de proyección militar de Washington en América Latina es ostensible: en materia de defensa y seguridad, Estados Unidos ha logrado evitar o limitar la proyección de poder marítimo de Beijing en la región a pesar de la insistencia de la “amenaza” china.

También es proverbial el que Rusia se comporte como un oportunista y provocador en áreas del Sur Global, sin entrar en una confrontación abierta con Occidente, así como es indudable que los resultados de la elección presidencial de Estados Unidos vayan a ser decisivos por su impacto global.

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En este contexto, es inquietante que Latinoamérica exhiba ahora el nivel de fragmentación interna y la pérdida de gravitación externa más notable de su historia reciente. Durante años se ha hecho notoria la incapacidad de resolver autónomamente en el plano regional – lo que algunos llaman buffering –, cuestiones que en otras épocas se asumieron y tramitaron de modo propositivo y pacífico, como se hizo en la crisis en Centroamérica con el Grupo de Contadora ampliado (que incluía a la Argentina).

Un ejemplo contrario, destacado por la improductividad, la ideologización y la manipulación externa (por parte de Washington), fue el Grupo de Lima en el caso venezolano.

Bajo este marco de referencia, la elección presidencial en Venezuela en julio próximo es un hecho trascendente para Latinoamérica y tendrá muy posiblemente un importante impacto internacional. Varios son los factores exógenos que sustentan esta afirmación.

Primero, Donald Trump no logró provocar, por medios militares directos e indirectos, el colapso de la presidencia de Nicolás Maduro: el libro de memorias del último secretario de Defensa de la administración Trump, Mark T. Esper, es revelador en este sentido. Sin embargo, su eventual victoria en noviembre de este año podría anticipar una política revanchista o el uso de Venezuela como carta de transacción con Rusia respecto a Ucrania.

Segundo, la persistencia de las guerras en Europa y Medio Oriente auguran un alza en el precio del petróleo que pone a Venezuela nuevamente en el centro de la disputa por ese recurso crítico. Como bien lo destaca la U.S. Energy Information Agency, “Venezuela tiene las reservas probadas de petróleo crudo más grandes del mundo…con aproximadamente 303 mil millones de barriles”.

Ahora hay que sumar los descubrimientos de petróleo en Guyana, país con el que Venezuela tiene un contencioso, mientras Washington ha incrementado su apoyo y asistencia en materia de seguridad al gobierno en Georgetown.

A su turno, Moscú ha estrechado la relación con Caracas en los últimos cuatro años, al tiempo que ha sido el principal vendedor, según la base de datos del Stockholm International Peace Research Institute, de los US$ 4.500 millones en armamentos adquiridos por Caracas durante 2000-2022: 85,23% provinieron de Rusia.

Para la región es crucial que a los factores exógenos que hacen de la elección venezolana un hecho relevante no se les sume un contexto doméstico que incremente el antagonismo y exacerbe la polarización.

Venezuela atraviesa una situación compleja y exasperada que hace de la contienda electoral que se avecina una suerte de caso testigo en el que se juegan intereses cruciales del gobierno en el poder, de una oposición unificada, de apoyos y actores externos próximos y distantes.

Por esto, es imperativo promover un diálogo regional de los países genuinamente motivados, que evite que América Latina sea de nuevo un escenario problemático para la paz y la (in)seguridad mundiales. No cabe duda de que en el actual contexto global esto sería más dramático y costoso que lo que fueron los acontecimientos de 1962 y 1982.

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