Argentina Historia

Felicitas Guerrero: la historia de un femicidio de fines del siglo XIX

Convertida en heredera de extensiones de campos en la zona de Pinamar, la trágica historia de Felicitas Guerrero, es rescatada por Agustina Parise. Obligada a casarse a los 18 años con un hombre de 50, terminó asesinada por el tío abuelo de Victoria Ocampo.

Por Agustina Parise (La Nación)

Felicitas Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto nació el 26 de febrero de 1846 en Buenos Aires, en el seno de una familia adinerada y con grandes conexiones. Considerada la “mujer más bella de la Argentina” en su adolescencia, se convirtió en el objeto de deseo de varios jóvenes, que se morían por pedir la mano de la “joya de los salones” en los que se movía la clase alta porteña. “Era una chica muy inquieta, sumamente culta, a quien le gustaba el teatro”, describió Cecilia Guerrero a partir de lo que le contaron sobre ella.

A sus 18 años, sus padres, Carlos José Guerrero y Reissig y Antonia Reissig Ruano, arreglaron que contrajera matrimonio con su amigo Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente, quien le llevaba 32 años. Ellos consideraron que ese era un detalle menor, ya que de Álzaga poseía una gran riqueza y varias extensiones de tierras, y esto permitiría asegurar el futuro de Felicitas (y del resto de la familia), a pesar de los ruegos de la joven para impedirlo. “No podía hacer mucho por la edad que tenía. La puso muy triste, pero la sociedad marcaba esos mandatos que eran terribles”, indicó Cecilia Guerrero.

Sin más, ambos se casaron el 2 de junio de 1864. A partir de esta unión, Felicitas empezó a dividir su vida entre la ciudad (principalmente lo que hoy es el barrio de Barracas) y el campo, en La Postrera, donde acompañaba a de Álzaga y aprendía sobre el manejo de las estancias.

“Ahí empezó a conocer la vida de campo y empezó a funcionar ese matrimonio, porque surgió cariño entre ellos y por la actividad en la estancia”, relató Cecilia. De ahí vino Félix, su primer hijo, que llenó de alegría y propósito a Felicitas. Sin embargo, a los pocos años, el niño murió por la epidemia de la fiebre amarilla que arrasaba a la ciudad. Ese también fue el destino del segundo hijo de la pareja, Martín, quien falleció al poco tiempo de nacer.

El 1° de marzo de 1870, cinco meses después de la pérdida de Félix y un día antes de que naciera Martín, murió el esposo de Felicitas, Martín de Álzaga, por la gran tristeza que le provocó la partida de su hijo. De esa forma trágica, a sus 24 años, la joven quedó viuda y dueña de una de las riquezas más grandes del país. Sin embargo, esa triste historia no es la razón por la que se la recuerda, sino por su violenta muerte.

Al enviudar, la joven se tuvo que encargar de administrar las tierras, pero como no estaba bien visto en esa época que una mujer realizará ese tipo de tareas, su hermano Carlos Francisco la empezó a ayudar. Además, fue rodeada por muchos pretendientes, entre los cuales estaba Enrique Ocampo, quien sería tío abuelo de las escritoras Victoria Silvina. Él estaba enamorado perdidamente de la joven heredera, por lo que la visitaba seguido con la esperanza de que algún día se comprometieran.

La familia Guerrero señala que él “estaba obsesionado con la pasión que sentía por ella” y que “la abrumaba y perseguía” desde antes de su matrimonio con Martín de Alzaga. En ese mismo sentido, seis meses después de que Felicitas haya enviudado, Enrique le declaró su amor y todas las semanas le mandaba cartas manifestando su “pasión” por ella.

Victoria Ocampo escribió en El archipiélago —el primer tomo de su autobiografía— lo que su abuela, Angélica, le había contado acerca de Enrique. Allí se refirió a una “ópera dramática”, una “tragedia shakesperiana” y un “doble homicidio”, y escribió: “Felicitas (según dicen) no parecía indiferente a las declaraciones de amor del joven Ocampo. Sin embargo, un buen día (malo para los dos) se enfriaron las relaciones”. Así fue cómo ese compromiso nunca llegó y, por el contrario, marcó su destino.

Victoria Ocampo y su simpatía

Según se pudo saber, a fines de 1871, la joven salió a caminar con algunos amigos por el campo, cuando de repente los sorprendió una lluvia torrencial y se perdieron. Por casualidad, apareció un hombre a caballo. Se trataba de Samuel Sáenz Valiente, vecino de Felicitas. Guerrero se acercó a él y le preguntó si sabía dónde estaban, a lo que él respondió: “Es mi estancia, que es la suya, señora”. Entonces, él le ofreció alojamiento en su casa durante la noche tormentosa y se dice que, desde aquel momento, se volvieron inseparables. Al poco tiempo de conocerse, decidieron casarse.

Tal como escribió Victoria Ocampo, la noticia no tardó en llegarle a Enrique, quien se llenó de fueria: “Cuando se enteró de que un rival afortunado la había arrebatado a Felicitas, enloqueció de celos”. Incluso, al poco tiempo de que se diera a conocer el compromiso, se cruzó al padre de la novia en la calle y le hizo entender que la iba a matar. Nadie tomó en serio esa amenaza.

El 29 de enero de 1872 se organizó la inauguración de un puente de hierro hecho especialmente en Europa para poder cruzar el Río Salado, el cual permitiría unir los actuales partidos de Lezama y Castelli. La fiesta se llevaría a cabo en la quinta de Felicitas en Barracas, y la feliz pareja aprovecharía la ocasión para anunciar el compromiso.

Aquel día, la joven se atrasó por hacer algunas compras en la ciudad y, al llegar, se encontró con que Enrique la estaba esperando en una sala. A pesar de las advertencias de amigos y familiares, que advirtieron que lo veían “ofuscado y nervioso”, ella decidió atenderlo. “Felicitas era frontal. Les dijo: ‘Yo tengo que hablar con él y tiene que comprender que yo estoy enamorada de otro señor’”, contó Cecilia Guerrero. Entonces, luego de saludar a su prometido y a los invitados, se dirigió a la sala donde Ocampo la esperaba.

Allí tuvieron una fuerte discusión, en la que él la acusaba de engañarlo y hacerle creer que lo amaba, mientras ella negaba todas las acusaciones. Según trascendió, la pelea escaló hasta tal punto que él le inquirió a Felicitas: “¿Te casas con Samuel o conmigo?”, pero al no recibir la respuesta que esperaba, sacó una pistola de su bolsillo y amenazó a la joven. ”O te casas conmigo o no te casas con nadie”, sentenció.

Felicitas intentó escapar, pero al tratar de huir del salón, recibió un disparo en su espalda, a la altura de la médula espinal. Al escuchar los tiros, su hermano Antonio y su primo Cristian – quienes estaban en el patio atentos a la situación -, entraron corriendo a la habitación y encontraron a la joven ensangrentada, agonizando en el suelo.

La Justicia determinó que Enrique Ocampo se suicidió después de atacar a Felicitas, pero hay varias versiones sobre lo que ocurrió con él: mientras que algunos creen que, tras dispararle a la joven, dirigió el arma hacia él y tiró el gatillo; otros sostienen que lo asesinaron los familiares de ella tras encontrarla herida. Específicamente, se dice que Cristian fue el que forzó ese mismo disparo.

En su autobiografía, Victoria Ocampo describió a su tío abuelo como un “demente por pasión amorosa”; y descartó que haya querido casarse con Felicitas por su herencia, al argumentar que “quienes sueñan con un casamiento ventajoso no matan a la mujer que se les rehúsa”. “No defiendo la locura de mi pobre tío, de cuya historia no se habló más entre los míos; a tal punto que solo supe de su existencia cuando era una mujer hecha y derechaPero confieso que mi simpatía va hacia él y no hacia el otro”, concluyó.

La herida de bala fue fatal para Felicitas Guerrero, pero vivió unas agonizantes horas más después del disparo y, finalmente, murió durante la madrugada del 30 de enero de 1872 en el hospital, pocos días antes de cumplir 25 años. “Alguien cuenta que preguntó por Enrique [antes de fallecer]”, deslizó Victoria Ocampo en su texto.

Tras ser velada en la casa familiar de los Guerrero en San Telmo, sus restos fueron trasladados al Cementerio de la Recoleta, donde aún permanecen. Las vueltas de la vida hicieron que se encuentre allí una vez más con su femicida: cuando su cortejo fúnebre llegó a las puertas de la necrópolis, también estaba ingresando el cuerpo de Ocampo.

Como no tenía herederos, los padres de Felicitas recibieron las fortunas de la joven y la repartieron con el resto de sus hijos. En honor de su hija, mandaron a construir un templo en la propiedad donde la habían matado y, entonces, el 30 de enero de 1879 abrieron las puertas de la iglesia de Santa Felicitas, sobre Isabel La Católica 520, frente a Plaza Colombia, en Barracas. Se cree que el espectro de la joven pasea por allí y hay quienes dicen que se la pudo ver en el aniversario de su muerte.

Felicitas se volvió un símbolo para las mujeres que desean casarse y se acercan a las rejas de la iglesia para recuperar a su amor pérdido.

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