Por Carlos Morelli
«Cinema Paradiso» Definitivamente, una de las películas más amadas de toda la historia del “séptimo arte”. Y, también, una declaración suprema de amor por el cine del cine mismo. Con escenas antológicas. Con personajes entrañables. Con una ambientación atrapante. Con una banda sonora que quedó en todos los oídos. Y con una magia generalizada que obliga a reverla en tantas oportunidades como aparezcan… o se busquen.
“Cinema Paradiso”, de 1988, se filmó casi en su totalidad (salvo unas pocas tomas registradas en las calles romanas) en Bagheria, el municipio siciliano donde naciera su director, Giuseppe Tornatore. Allí también nace y crece su “alter ego” en la ficción autobiográfica: ese “Totó” Di Vita cuya pasión por la imagen en movimiento arranca cuando, en su niñez, ayuda al viejo proyectorista Alfredo a exhibir sus muy censuradas películas en la única sala del pueblo, y culmina cuando se convierte él mismo en un realizador exitoso. El cineasta renombrado que un día retorna a sus orígenes para acompañar dos despedidas: la de aquel hombre que le abriera las puertas del cielo (o sea, las de la cabina de proyección), quien acaba de morir, y la del Nuovo Cinema Paradiso, que va a ser dinamitado, para ceder su espacio a una casa de electrodomésticos. De vuelta en Roma, “Totó” va al microcine que visita cotidianamente, esta vez para una “función” muy especial: la pantalla le revelará el contenido de ese misterioso rollo de celuloide que Alfredo le legara. Ahí empiezan a desfilar las miradas y las caricias, los abrazos y los besos, las pieles pudorosamente descubiertas y las aproximaciones mínimamente eróticas que las tijeras del cura del pueblo cercenaran implacablemente. Visionando aquella “materia prohibida”, Totó y todos nosotros estallábamos en un llanto incontenible desatado por una emoción incomparable.

Mientras Alfredo tuvo la máscara del gran Philippe Noiret, “Totó” Di Vita sumó tres rostros: cuando niño, el de Salvatore Cascio; en su juventud, el de Marco Leonardi; en su madurez, el de Jacques Perrin. También tres son las versiones del film de Tornatore: la más difundida en su explotación mundial, de 124 minutos; la utilizada para su comercialización inicial en Italia, de 155 minutos; y la original, el “Director¨s Cut”, de 173 minutos, que ilumina zonas oscuras y resuelve líneas temáticas inconclusas de las otras dos, y que tuve el honor de revelar en la Argentina, inaugurando una edición de “Pantalla Pinamar”.
Y, entre tantísimas “imágenes para la eternidad” encontrables en cualquiera de esos metrajes, ésta, que además inspiró el afiche de la obra maestra. En ella, un ya añoso Alfredo y un “Totó” de pantalón corto, en la bicicleta que los llevaba por el sereno paisaje provinciano, primero hacia el Nuovo Cinema Paradiso, y después hasta la inmortalidad.


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