Opinión Sociedad

¡Fuimos la vida, la paz y el boom sexual de los 80!, afirma un radical hoy emparentado con el PRO

Reconociendo los errores de la UCR desde el 83 a la actualidad, Eugenio Palopoli, señala que el alfonsinismo tuvo varios méritos: entre ellos, el juicio a las juntas y la democratización en el plano sexual.

Poe Eugenio Palopoli (Seúl)

Qué misterio, los radicales. Un poco venimos charlando al respecto internamente en Seúl. También se discutió en el episodio de Paralelo 38, el nuevo formato de podcast de Seúl Radio, con Esteban Schmidt y Ergasto Riva como invitados (esa parte de la charla arranca precisamente acá). Aquel enfrentamiento de décadas de la UCR con los conservadores, por ejemplo, expresado desde el retorno de la democracia en el rechazo mutuo con la UCeDé al margen de y hasta por encima de cualquier diferencia con el peronismo, en la actualidad se da de manera curiosa: mientras el presidente del partido juega su propio juego contra el Gobierno, seguramente con alguna futura campaña electoral en mente, resulta que un 83% de los legisladores y gobernadores radicales vota y acompaña en general las iniciativas del oficialismo, nada de lo cual impide que la UCR en su conjunto se lleve el 97% de las puteadas del 56% del electorado nacional que votó a Javier Milei en la segunda vuelta y que conforma un porcentaje similar de apoyo a su gestión. ¿Y qué margen tiene el senador por la Capital para llevarse una porción significativa del 44% restante? No tenemos los números, sepan disculpar.

Pero decíamos que se trata de una cuestión histórica, que excede a la coyuntura. Cuesta entender cómo es posible que, al menos de 1983 para acá, la UCR se las haya ingeniado para quedar pegada a las peores tragedias nacionales a la vez que se le retacea el reconocimiento por algunos de nuestros mejores logros (los cuales, puestos en perspectivas, tampoco son menores). La cuestión es que del alfonsinismo parece haber quedado en el imaginario social sólo la temporada en el infierno del quinto piso del Ministerio de Economía, con la hiperinflación y la entrega anticipada del gobierno, por más que Menem haya tenido – según la generosidad del criterio a aplicar -, entre una y media y dos hiperinflaciones y un par de brutas recesiones, y eso sin contar que la lista de mandatos interrumpidos del peronismo es considerablemente más larga. De la Alianza quedó una nueva huida del poder, el corralito y “la crisis de 2001”, cuando fue en 2002 la consumación de la confiscación de los ahorros, la licuación y la disparada de la pobreza (un máximo del 57,5% de la población según el INDEC en octubre de aquel año). El mismo año en el que el senador en ejercicio de la presidencia (peronista) decidió llamar a elecciones anticipadas porque la Policía Bonaerense del gobernador (peronista) que se había hecho cargo del ejecutivo provincial por la huida del (peronista) anterior no tuvo mejor idea que desplegar una cacería humana frente a las cámaras de televisión.

Así y todo, al siguiente presidente (peronista) no le costó casi nada apropiarse de los otros greatest hits radicales de los ‘80: los derechos humanos, el juicio a las Juntas y las cúpulas guerrilleras, el Nunca más. El prólogo de aquel libro se reescribió de manera vil, de los indultos (peronistas) no quedó recuerdo y, más recientemente y como yapa de todo lo anterior, el radicalismo se tuvo que comer la galletita de que la película “necesaria” y “valiente” de 2022 transformase al juicio contra la dictadura en una patriada de cuatro o cinco valientes aislados, con Antonio Tróccoli como máximo villano de la historia. Qué suerte para la desgracia, hermano, no hay derecho. ¿Dónde quedaron aquellas campañas brillantes, el genio del marketing de las calcomanías con las siglas R.A., el “Ahora, Alfonsín”, el “Somos la vida”?

Bien podría pasar que incluso toda esta larga introducción acerca del radicalismo en esta nota – que es en verdad una reseña acerca de un excelente libro sobre el fenómeno conocido como el destape de los años ’80 en la Argentina -, se termine chocando de frente con su principal conclusión: que aquel fenómeno fue una expresión más – múltiple, contradictoria, dificultosa -, de aquel proceso de democratización que la sociedad argentina pudo encarar a partir del fracaso de la dictadura. Un proceso que a fines de 1983 no tenía absolutamente ninguna garantía de éxito, pero que sobrevivió a incontables peligros, amenazas y retrocesos, y que al día de hoy continúa con tantos asuntos pendientes como progresos insoslayables.

«El destape fuimos nosotros» (ilustración Elías Wengiel, revista Seúl)

De hecho, el libro El destape lo plantea explícitamente en su epílogo, cuando repasa sus principales conclusiones y compara el estado de situación actual con aquel del período estudiado: el destape que en estas páginas se historiza y se analiza exhaustivamente, con rigor e inteligencia, debe entenderse como un proceso de un alcance mucho más amplio que un montón de revistas, publicidades y películas con culos y tetas, de una omnipresencia del sexploitation en la vida pública que provocó tanto entusiasmo como rechazo. El destape abarcó en verdad a un amplio conjunto de expresiones que tuvieron un efecto de doble vía o de retroalimentación con la sociedad, expresiones que pusieron en primerísimo plano la sexualidad de los argentinos y que podemos intentar resumir y enumerar: representaciones en la prensa y la industria audiovisual de todo tipo, estudios sistemáticos de carácter científico, iniciativas que incluyeron la divulgación popular de prácticas y educación sexual, la propuesta e implementación de políticas públicas y la militancia política en pos de la valorización de la sexualidad en múltiples dimensiones, entre ellas, la calidad de vida, la dignidad de las personas, su derecho a decidir y disfrutar en libertad, sin coacciones ni violencia individual, grupal o institucional.

Finalmente, y siempre a partir de las condiciones que sólo pudieron darse gracias a la vuelta y consolidación de la democracia, esa militancia se fue extendiendo con diferentes grados de alcance y velocidad de lo más general a lo más particular con sus correspondientes problemas y reclamos: comenzando por las asociaciones feministas y su larga lista de reivindicaciones pendientes (recursos de todo tipo para la planificación familiar, apropiación y disfrute del propio cuerpo, combate a la violencia machista e institucional), pasando por la institucionalización de los colectivos de homosexuales (primero masculinos, luego femeninos) hasta llegar al planteo de los derechos de las personas trans y diversos colectivos con sus correspondientes iniciales.

Es decir que, si hoy naturalizamos muchas libertades en el plano de la sexualidad, nos felicitamos por la aprobación del aborto legal o por los avances en los derechos de las minorías sexuales y, por qué no, podemos discutir por ciertas manifestaciones de hipersexualización en la cultura de masas y por la objetivización recurrente de los cuerpos (particularmente los femeninos, lo cual a su vez otros postulan como una estrategia personal de empoderamiento), es muy pertinente entender que los gobiernos, los partidos políticos y muchas otras entidades pudieron haber desarrollado acciones más o menos meritorias a favor de estos objetivos, pero que en definitiva aquellas no fueron otra cosa que la convalidación de deseos y decisiones que la sociedad tomó por sí misma. De una u otra manera, y también en materia de sexualidad individual y la manera en que ésta se expresó y reguló socialmente, fuimos nosotros. Siempre lo fuimos.

Fuimos nosotros, entonces, los que decidimos en 1983 que ya no podíamos manejarnos con aquel nivel de control y represión de la intimidad que tanto habían favorecido los gobiernos civiles y militares de los años anteriores, los que decidimos que era el momento para modernizarnos y liberarnos de la misma manera en que ya lo había hecho la España pos-franquista, modelo e inspiración del destape nacional en más de un sentido. Por eso entonces fue que votamos no a la momia del decreto de aniquilación de la subversión que volvía a postular el incorregible peronismo, sino al gordito de bigotes y voz atronadora que nos decía que con la democracia se podía comer, curar y educar. Y una conclusión implícita de El destape es que, como lo demostraron los años siguientes, con la democracia también se podía coger sin que un militar, un cura, un funcionario de Bienestar Social de López Rega o un oficial de Montoneros nos explicaran cómo, dónde y con quién hacerlo si no queríamos sufrir las consecuencias: una multa, un arresto, una proscripción, una bomba en la redacción o en el cine, una ejecución sumaria en nombre de la revolución.

Natalia Milanesio: «El destape sacó la sexualidad de los dormitorios…»

Por qué no concederle entonces a la UCR, incluso si ella no lo reclama, el mérito de haberle presentado a la sociedad la oferta electoral para esa democratización que los argentinos buscábamos también en el plano de la sexualidad. Porque puede que El destape no lo mencione explícitamente, pero, así como la semana pasada Osvaldo Bazán planteó en Seúl el escenario contrafactual de una victoria de Sergio Massa como una razón que justifica por sí sola la opción por el voto a Milei y una aprobación tácita a la gestión de estos seis meses, perfectamente podríamos imaginarnos qué habría sido de nosotros si el vencedor de las elecciones de octubre de 1983 hubiese sido el peronismo. Dejemos de lado el escenario de continuo deterioro económico que el radicalismo no pudo evitar en la realidad o la posibilidad cierta de un retorno a la violencia política y al cobro de todas las facturas internas que habían quedado impagas desde los ’70. No es para nada descabellado pensar entonces que desde luego que no habría habido jamás un juicio a las Juntas, Ricardo Darín no habría interpretado a ningún fiscal heroico y tampoco habría habido ley de divorcio. Y cuesta imaginar una versión alternativa de un destape que habría tenido que vérselas con la Iglesia y los gordos de la CGT en sus lugares de siempre y también controlando la educación, la salud y la gestión pública de la cultura. Resulta que sí, que en El destape se menciona también a Tróccoli como el retrógrado que tuvo expresiones públicas desafortunadas, pero la distancia que hubo entre las políticas, la gestión o el simple laissez faire del gobierno radical y lo que tenía para ofrecer el otro partido mayoritario por aquel entonces es simplemente sideral. El sexo bien valía una híper.

Vale le pena entonces plantearse esta cuestión hoy mismo, cuando observamos el auge de ciertas tendencias que no podemos explicar de otro modo que porque algunos en Occidente se pasaron tanto de rosca, fueron y vinieron tan lejos tantas veces y se pasaron tantas estaciones de largo que ya no parece haber forma de dialogar civilizadamente: de un lado, el auge del wokismo y las políticas identitarias llevaron a muchos a militar al ayatollah de Irán, la destrucción de Israel y de todos los regímenes democráticos tal como los conocemos; del otro, parece haber gente con unas ganas bárbaras de llevarnos a algún tipo de integrismo cristiano. En este sentido, El destape es una oportunidad excelente para leer, entender y recordar todo lo que está en juego cuando en una democracia se habla de sexualidad.

  • El artículo está basado en el libro El destape. La cultura sexual en la Argentina después de la dictadura, de Natalia Milanesio
  • Imagen destacada: tapa del diario La Nación, del 28 de noviembre de 1986

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