Por Martín Rodríguez Yebra (La Nación)
Milei se jacta de su temeridad. Suele decir que acelera en las curvas, que no le tiene miedo a nada y que daría la vida antes de tomar tal o cual medida que considera inoportuna. Es un rasgo que adorna su personalidad excéntrica y su pulsión por el vértigo, pero que contrasta con el producto que vende. La clave del milagro libertario ha sido hasta acá el orden: en los precios y en la calle.
Detrás de los discursos triunfalistas y no pocos arrestos de fanfarronería, el Gobierno atraviesa sus horas de mayor inquietud en mucho tiempo. Tiene por delante la prueba decisiva de que la receta que le dio a Milei sus picos de popularidad realmente funciona y puede aportar soluciones a los argentinos que demandan un país previsible y tranquilo.
La inminencia de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) terminó de señalar el elefante en la habitación. El ministro de Economía, Luis Caputo, blanqueó que el préstamo vendrá acompañado de un nuevo régimen cambiario y desde entonces la palabra “devaluación” domina la conversación política y empresarial, pese al fastidio oficialista.
En un mar de incertidumbre y secretismo, se aceleró la salida de reservas y las dudas sobre la solidez de lo que Milei llamó “el plan de estabilización más exitoso de la historia de la humanidad”.
El gobierno libertario aplicó un ajuste severísimo de las cuentas públicas, embanderado en una retórica antiestado que caló hondo en una porción del electorado. Pero el blindaje popular de sus medidas tiene una raíz peronista: apreciación cambiaria y salarios revalorizados en dólares. ¿Puede durar para siempre? ¿Por qué esta vez sí, cuando tantas otras fracasó a medida que se acumulaban los desequilibrios?
Hasta los primeros días del año la confianza desbordaba en la Casa Rosada. Veían una receta sólida, basada en un programa fiscal y monetario férreo que permitiría desmontar el dilema cambiario, cepo incluido, con tranquilidad. Acaso después de las elecciones de medio término. Sin apuro para correr al FMI.
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Así lo escribió Marcelo Bonelli, uno de los principales columnistas de Clarín, al dar cuenta de las negociaciones secretas entre los enviados del FMI con el ministro «Toto» Caputo. Milei viajará a Washington para tratar de evitar una devaluación del peso.
La asunción del “amigo” Donald Trump cambió los vientos. La agitación en los mercados internacionales a partir de la guerra comercial declarada desde Washington desnuda la fragilidad de la situación argentina – un país sin reservas ni confianza desde hace ya demasiado tiempo –, y transformó la calma en urgencia.
Aquel sacudón externo coincidió con una sucesión de desgracias caseras, muchas autoinflingidas, desde las protestas por el discurso de Davos contra la diversidad sexual al caso $LIBRA y el enchastre institucional del decreto para nombrar jueces en la Corte. En las últimas siete semanas a Milei se le abrieron frentes de tormenta en la calle, en los mercados, en el Congreso, en los tribunales.
Los encuestadores sostienen que mantiene sus números de apoyo social, con leves bajas, pero también detectan un aumento sensible del pesimismo respecto de lo que vendrá. Es una alarma para un gobierno que construyó poder a partir de las expectativas de futuro y en contraste con sus opositores, afectados casi todos por el síndrome de la decadencia reciente.
El momento vital de desarmar la trampa cambiaria encuentra a Milei con el ánimo crispado y la tropa desaliñada. Sus camaradas del “triángulo de hierro”, Karina Milei y Santiago Caputo, no han hecho siquiera esfuerzos por desmentir las tensiones entre ellos que relatan sin especial cautela sus principales allegados.
El humor mejoró a partir del miércoles, acaso por contraste con el nivel de tensión al que había sometido el Gobierno al sistema político con la firma del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que avala la firma de un acuerdo todavía inexistente con el FMI.
El sistema político – “la casta”, en la jerga libertaria –, rescató a Milei muy a pesar de las torpezas de los suyos en la Cámara de Diputados.
La prisa de Milei y el ministro Caputo por anunciar un acuerdo en ciernes inyectó una incertidumbre desconcertante en los mercados. Y la presión a los diputados con el decreto añadió un factor de estrés adicional. Sometieron a la oposición a la clásica disyuntiva de “o nos votan esto o se cae todo”.
Se tiraron a la pileta sin mirar cuánta agua había. El martes en la Comisión Bicameral de Trámite Legislativo casi fracasa el plan por las peleas internas de los libertarios. El purgado senador Francisco Paoltroni –valiado de Victoria Villarruel – terminó por salvar la situación, después de forzar que otro expulsado del cielo mileísta, Oscar Zago, se convirtiera en presidente de ese cuerpo. Solo así salió el dictamen necesario para que hubiera sesión.
El miércoles la Cámara de Diputados dio rienda suelta a la exaltación de la vulgaridad. Insultos, abrazos fingidos, denuncias entre oficialistas con un megáfono, supuestos audios comprometedores. Un circo en el que casi se atasca el acuerdo que tejió la Casa Rosada con los gobernadores. Con votos o ausencias, aportaron todos, salvo los kirchneristas sobrevivientes Axel Kicillof, Ricardo Quintela, Sergio Ziliotto, Gildo Insfrán y Gustavo Melella.
Este gobierno comprende la clave del sistema: un régimen fiscal híper centralista en el que se distribuyen de manera arbitraria premios y castigos. La discusión política queda muy a menudo reducida al trueque de recursos públicos por votos en el Congreso.
Milei no tiene un solo gobernador, pero construyó una red hasta ahora siempre dispuesta a rescatarlo a cambio de un fee. Son lealtades frágiles que no suelen soportar un par de encuestas torcidas o una elección fallida.
El toma y daca quedó en evidencia al día siguiente de la votación, cuando la Casa Rosada le transfirió el control total de una mina de rodocrosita al gobierno de Catamarca. El gobernador peronista Raúl Jalil había colaborado con la ausencia de sus cuatro diputados (incluida su esposa), integrantes todos del bloque de Unión por la Patria. No fue el único: hubo giros extraordinarios para el Chaco, cuyo gobernador, el radical Leandro Zdero, torció incluso voluntades dentro del bloque díscolo que conduce Facundo Manes. Y espera su turno el (¿ex?) kirchnerista Gerardo Zamora, que también retiró posibles votos negativos al DNU.
La aprobación contó con 129 votos, justo la mitad más uno del cuerpo. Fue decisivo el apoyo de la Coalición Cívica, que puso por delante de su habitual defensa de la institucionalidad el abismo económico contrafáctico que sobrevendría a un fracaso legislativo.
Milei saltó la valla que él mismo puso. Eludió la ley Guzmán, que estableció la obligación de que los acuerdos con el FMI los apruebe el Congreso. Mostró que, aun en una mala racha, puede juguetear con su desgajada oposición, dispuesta a firmarle un cheque en blanco sin rechistar. Pero reveló también que el apoyo político al nuevo programa de deuda es como mínimo endeble.
El recurso del DNU deja pintado al Senado, donde la magia de los negociadores mileístas surte menos efecto. El kirchnerismo es víctima de su propia artimaña: la ley de 2006 que reglamentó esos instrumentos los considera vigentes salvo que las dos cámaras del Congreso lo rechacen. Raro que Milei no haya tuiteado un “¡che, Cristina, ¡gracias!”.
- La diputada Marcela Pagano, de LLA, recriminando a Martín Menem


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