Un niño y su padre caminaban entre las montañas. De repente, el hijo tropezó y cayó al suelo gritando: «¡Ah!». Para su asombro, oyó una voz a lo lejos que gritaba como él. Con curiosidad, el niño preguntó: «-Quién está ahí!. -Quien está ahííí», le respondieron.
Molesto con la respuesta, el niño gritó: «¡Cobarde!». Pero le respondieron de la misma manera: «¡Cobardeee…!».
El niño desconcertado le preguntó a su padre: «Qué sucede, papá?», El padre, sonriendo, le dijo. «Hijo mío, presta atención». Se levantó y dirigiéndose a la montaña, gritó: «¡Te admiro!». La voz respondió: ¡»Te admirooo…!». Volvió a gritar: «¡Eres un campeón!». Y la voz le respondió: «¡Eres un campeónnn…!».
El niño estaba asombrado y no entendía. «Se llama eco – le explicó el padre -, aunque en realidad es la vida. Te devuelve todo lo que dices o haces. Nuestra vida es simplemente un reflejo de nuestras acciones».
Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor. Si deseas felicidad, da felicidad a quienes te rodean. Si quieres recibir una sonrisa, sonríe a los que conoces.
Esta relación se aplica a todas las relaciones de la vida. La vida te dará de regreso exactamente aquello que tú le has dado. Tu vida no es una coincidencia, es un reflejo tuyo.
Alguien dijo: «Si no te gusta lo que recibes de vuelta, revisa muy bien lo que están dando».
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Aprendí y decidí. Y así, después de tanto esperar, un día como cualquier otro, decidí triunfar. Y decidí no esperar a que llegaran las oportunidades, sino salir yo mismo a buscarlas.
Decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución; decidí ver cada desierto como una oportunidad de encontrar oasis; decidí ver cada noche como un nuevo misterio a resolver; decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.
Aquel día descubrí que mi único rival eran mis propias debilidades y que en ellas mismas está la única y mejor forma de superarnos. Aquel día dejé de tenerle miedo a fallar o perder y empecé a tenerle miedo a no intentar ganar. Descubrí que yo no era el mejor y que quizá nunca lo fuí, y me dejó de importar quién ganaba o perdía; ahora lo único que me importa es simplemente saberme mejor que ayer.
Aprendí que no es difícil llegar a la cima, sino jamás dejar de subir. No llegar a una posición, sino mantenerme. Aprendí que el mejor triunfo es el derecho a llamar a alguien «amigo».
Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento: el amor es una manera de vivir.
Aquel día deje de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente; aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino a los demás.
Aquel día decidí cambiar tantas cosas…Aquel día aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad: desde aquel día ya no duermo para descansar, sino para soñar.


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