Por Horacio Convertini (Clarín)
Escena de La tregua, película de Sergio Renán de 1974. En una oficina de empleados peinados a la gomina que visten camisa y corbata, a Santini (un jovencísimo Antonio Gasalla) se le cae de las manos un montón de expedientes. Dos compañeros que lo tienen de punto (Carlos Carella y Aldo Barbero) lo empiezan a cargar. Santini intenta una tenue defensa hasta que no aguanta más y estalla: “¿A ustedes les gusta esta vida? ¿Ustedes están contentos con esta rutina? ¿No se imaginan nunca que uno podría estar en otra parte viviendo otra vida, haciendo algo mejor que copiando números inútiles en papeles que nadie lee? ¡Idiotas! ¿A ustedes no les gustaría ser millonarios? ¿O artistas? ¿O hermosos?”.
Escena de La parte del león, película de Adolfo Aristarain de 1978. Mario (Arturo Maly) trata de convencer a su amigo Bruno (Julio de Grazia) de que tiene que aprovechar una plata sucia caída del cielo para dejar a su familia y empezar una nueva vida solo. Su argumento: «Un tipo que se levanta por la mañana, se lava la cara, le da un beso a su mujer y sale corriendo porque tiene miedo de perder el tren, llegar tarde a la oficina y que lo echen del empleo es menos interesante. mucho menos interesante, que el tipo que se levanta a las dos de la tarde, se prepara un trago, le da un beso a la mujer del otro y pierde el tren».
En los años setenta, el imaginario de la clase media incluía un infierno laboral: el del trabajo formal que obligara a marcar tarjeta cinco días a la semana, usar saco y corbata, someterse a una estructura jerárquica. La comodidad de cobrar el sueldo a fin de mes (y horas extras, y aguinaldo, y francos trabajados, y vacaciones) se diluía frente a la perspectiva de ser el rulemán de una maquinaria asfixiante.
En 1973, cuando salió el disco Confesiones de invierno, de Sui Generis, Charly García y Nito Mestre cantaban en Lunes otra vez: “En las oficinas, muerte en sociedad”. Tenían apenas 21 años y ya coincidían con el diagnóstico. Si había una felicidad, o mucho más que una felicidad, si había una vida, estaba en otro lado, no en la línea de montaje ni el escalafón administrativo.

¿La pesadilla seguirá siendo la misma medio siglo después? Cuesta creerlo. ¿Qué dirán los delivery que atraviesan la ciudad de punta a punta con sus entregas a destajo? ¿Y los choferes de aplicación que manejan como zombies? ¿Qué diría Santini si fuera un monotributista que nunca vio un aguinaldo y que, encima, tiene pánico de que Sturzenegger lo convierta en autónomo?
Ahora, que tanto se habla de reforma laboral, se me ocurre que ya hubo una y es cultural: lo que ayer se pensaba como un infierno, hoy se ve como un paraíso para pocos y que encima se achica (en 2025 hay 170 mil puestos de empleo formal menos que en 2023). A Santini ya no le gustaría ser artista o hermoso sino, simplemente, marcar tarjeta, como medio siglo atrás.
- Imagen destacada: escena de la película «La tregua»


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