Por Héctor O. Becerra
–Profesor: … (interrumpiendo la clase). “Te pido por favor, que guardes el celular”.
–Alumno: “No hay problema Profe, está silenciado”.
–Profesor: “El problema es que lo tenés sobre el pupitre, lo estás viendo y si entra un WhatsApp seguramente va a vibrar y te distraerá como seguramente te entretiene prestarle atención”.
En los trabajos de Sigmund Freud sobre las percepciones, leemos que existen aquellas que ni siquiera llegan a ser conscientes. De allí que, más tarde, algunos olores y/o colores y/o palabras nos traen a la memoria ciertos recuerdos sin saber muy bien por qué. Esto supone que en el momento de captar algo estamos recibiendo otras representaciones que se asocian al percepto focalizado por la atención y lo condicionan.
Freud también sostiene que, así como existe una progresión en el aparato psíquico que va de la percepción a las huellas psíquicas donde se inscriben los recuerdos que dan lugar a la memoria, también las percepciones quedarán condicionadas por esa llamada o ese mensaje de texto que estamos deseando recibir.
Observamos que los alumnos pretenden escuchar la clase del docente sin perderse los resultados de los partidos, ni los mensajes de los chats en los que participan, ni cualquier otra comunicación de las amigas porque no quieren clavarle el visto a nadie.
Resulta evidente que la forma como usamos los celulares indica una saturación de la percepción producto de una hiperinformación que en lugar de acercarnos a la libertad que auguraba el mundo digital nos condena a una servidumbre ignorada. Nada es casual: el smartphone está diseñado con luces, música y vibración para demandar permanente atención.
La omnipotencia de los pensamientos les hace creer a los alumnos que se pueden desdoblar y captar tanto lo que dice el docente como la entrada de los WhatsApp.
La comprensión, el entendimiento y la memoria dependen de que disminuya el bombardeo de estímulos que pretendemos ingresar a través de la percepción. El polo perceptual que Freud ubica a la entrada del aparato psíquico funciona no sólo para permitir el ingreso de los mismos, sino – y fundamentalmente – para limitarlos.
Subrayado: el pensamiento requiere desconexión del exterior y concentración. Ello cada vez exige más esfuerzo, ya que los mensajes recibidos generan una dosis de ansiedad que motorizan a querer saber lo que nos saca del aislamiento y nos impulsa a mirar los contenidos que están entrando y que suponemos deben ser recepcionados; incluso, respondidos.
Hoy frente a cualquier eventualidad – un viaje en un transporte público, en una sala de espera y, lo más terrible, en una reunión de amigos – , se genera la costumbre de tomar el celular. Aquí hay un problema: ese intento de llenar el vacío termina imposibilitando que nos conectemos con nosotros mismos y que podamos pensar.


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