Política

¿Se fortalece el acercamiento de Macri-Alberto?

Con las cartas marcadas por las PASO, los dos candidatos van dando señales de afinidad Pero los duros, que existen en ambos lados, minan el camino.

¿Cómo avanzamos en la transición? ¿Transición? ¿Acercando aún más al presidente Mauricio Macri, y al opositor que lo aventajó con amplitud de la PASO? ¿O dejando que los que siembran clavos miguelitos, hagan de la República versus totalitarismo, el leit motiv de un discurso que no encuentra eco en la población mayoritaria?¿Seguir machacando con la idolatría K a Venezuela, o reconocer la realidad de la clase media argentina, y de los sumergidos en la pobreza, la marginación y la droga de la que se aprovechan estamentos oficiales?

El flamante ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, se quejó con razón de la intromisión periodística en la privacidad de sus análisis de trabajo. Respetado por su trayectoria, no desmintió, empero, fotografías de apuntes que indicaban variantes de una salida con Juntos por el Cambio en la elección del 27 de octubre, de tres maneras; ganando de manera homérica, aceptando la derrota y facilitando un traspaso ordenado, o huyendo por «la ventana».

Macri sigue pensando que su rumbo es el correcto. Pero acicateado principalmente por el dirigente con mayor proyección de Cambiemos, Horacio Rodríguez Larreta, admitió que no se puede tirar contra los votantes, y admitió «el palazo» sufrido el 11 de agosto. Algo que contradicen líberos pocos creíbles como Miguel Pichetto (de defensor de los gobernadores peronistas, se convirtió en el principal detractor) – y la mesiánica «Lilita» Carrió, quien dice muchas verdades, pero es observada como «un bicho raro», por peronistas, radicales, macristas y el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba, por estas horas volviendo a Buenos Aires desde Quito. Después del «rajá de acá», lanzado por la titular de la CC.

Macri y Alberto, participantes en momentos distintos en paneles organizados por el diario Clarín, abogaron por terminar con «la guerra y la grieta» y por quitarle dramatismo a un traspaso presidencial, por más que Pichetto y Lilita azuzen con el fantasma venezolano y el regreso de un pasado calcado de corrupción y maltrato.

No es posible. Alberto no es un títere. Hasta lo reconoció el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardozo. Y si bien Cristina no estará de adorno, y su peso legislativo será mayúsculo, tendrá de contrapeso al presidente por ella designado, a Sergio Massa y a los gobernadores que no tienen en sus planes revivir el kirchnerismo tal como fue concebido en los años de la ex presidente.

No habrá cepo cambiario, prometió Alberto, ni declaración de default. Es más, privilegiará su relación con Brasil, pese a la reyerta con el extremista Jair Bolsonaro. Y no descuidará, según, anticipó, su relación con el FMI, ni con el presidente norteamericano, Donald Trump.

La moderación de Fernández es manifiesta, así como la defensa de Cristina en las causas judiciales en su contra. De hecho, los magistrados federales, expertos en observar los cambios de vientos políticos, actúan respetando su «status de vida». Si es necesario, darán un paso al costado, vía retiro o jubilación anticipada. Copias fieles de las veletas.

«Castigado» por Juntos por el Canbio, Lipovetzky, quiere dejar atrás a «la grieta».

Se vienen nuevos tiempos. Alberto Fernández es amigo del diputado Daniel Lipovetzky, «castigado» por los sectores de derecha del PRO, por ponerse al frente de la lucha contra la despenalización del aborto.

El legislador, no quiere echar nafta al fuego a la difícil crisis, pero afirma que gane quien gane, el próximo gobierno deberá «dejar atrás la confrontación y la polarización».

«Ni a Macri ni a Alberto, le convienen que se complique la situación social y haya inestabilidad cambiaria», se comentó a Humanidad. Mientras la situación empeore, menos ventaja para ambos, en desmedro de los sectores duros. Claro, siempre el dilema sera libre mercado versos justicia social, con componentes alentados por el Vaticano y los curas comprometidos en su labor pastoral en las villas de emergencia. Francisco está y no está.

Macri no parece dispuesto a «tirar la toalla», pero el realismo (con un Marcos Peña, relegado), lo impulsan a dialogar con Alberto para que «la economía no estalle», ante la desconfianza del FMI, que tendría que desembolzar más de 5 mil millones de dólares en los próximos meses. La misión a Buenos Aires está demorada.

Con Cristina sabiamente en segundo plano («que hable, que hable», dice Macri, reemplazando al «sí, se puede»), un final de ciclo debería producirse el 10 de diciembre, desterrando a los odiadores seriales de uno y otro lado.

Como hay intereses en juego, los que tengan que pagar más, para equilibrar las diferencia sociales, protestarán. Nadie cede nada. Pero aquí, desde Cambiemos, María Eugenia Vidal, Larreta y Emilio Monzó, quieren que la catástrofe electoral que prevén, sin admitirlo en público, preserve la fortaleza en dos distritos claves: la capital federal y Córdoba. Por más que en esta provincia, el gobernador Juan Schiaretti, ensayó un acercamiento mayor con Alberto.

Marcos Peña, insuflado de ánimos por Pichetto y Carrió, alienta la difusión de videos en las redes, donde el macrismo trata de emular remontadas milagrosas en las que fueron protagonistas entre otros dos grandes del deporte mundial, el norteamericano Mohamed Ali y el argentino Manu Ginobili.

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Periodista. Trabajó en Crónica, NA, DyN, Clarín, Televisión Pública, Canal 13, La Nación y en el diario Río Negro. Becado por la Universidad de Harvard, asistió a cursos de perfeccionamiento en Boston, Estados Unidos. Además estudió en Alemania y Francia.

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