Hay un enemigo invisible. Los técnicos lo llaman COVID 19. En la tele lo escuchamos más sencillamente como coronavirus. El caso es que este pequeño y letal monstruito -hijo de vaya a saber quién- ya mató a más de 10.000 personas e infectó a alrededor de 250.000 en todo el mundo. ¿Nosotros también vamos a morir?
Si nos quedamos en casa, las probabilidades de morir (o de infectarse, para ser menos dramáticos) bajan. Algunos datos, hasta el momento, no dejan de ser esperanzadores. Son ocho veces más los curados que los muertos a causa de esta pandemia.

Las causas de vida o muerte suelen unir a lus humanus. O al menos llamarnos la atención. En la Argentina, los ciudadanos y ciudadanas estamos bajo cuarentena obligatoria (aislamiento), exceptuando a los trabajadores de ciertas actividades fundamentales, como la producción de alimentos, fármacos, petróleo y miembros de las fuerzas de seguridad y de la salud.
Mientras más vacías estén las calles, más esperanzas habrá de que el enemigo salga de nuestras fronteras, y con suerte, de todo el planeta Tierra. Los gobiernos de América Latina tuvieron la fortuna de poder accionar frente a esta situación con mayor conocimiento que el que tuvieron los países de Europa, cuando el monstruo invadió sin previo aviso.
La temática que circula por las redes es la siguiente: ¿qué hacer en nuestras casas? Vamos, que no es la primera vez que no tenemos nada para hacer. Está más que claro que el contexto es delicado y tenemos un asesino descontrolado (como tantos otros que existieron en nuestro querido y maltratado globo azul y verde), pero tratemos de recordar aquellos días domingo donde el vacío existencial se asomaba. Siempre hay un lunes que nos vuelve a poner en carrera.
Está muy bien que las personas quieran cumplir con sus responsabilidades y trabajos pendientes, pero si no son parte de los labores esenciales, podemos dejarlo de lado. La salud es lo primero, y así lo entendieron los políticos y los diarios, que han puesto en pausa sus intereses particulares porque captaron la gravedad del problema. ¿Nosotros lo hemos entendido?

Nos vemos obligados a quedarnos día y noche entre cuatro paredes. Algunos ya estamos acostumbrados. Otros se tendrán que acostumbrar. Para bien o para mal, las cosas ocurren y, como dice mi abuela Martha, no hay mal que por bien no venga. Veremos cuáles serán los frutos de la posguerra. Esto depende mucho de lo que hagamos ahora.


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