Francisco, nuestro querido Francisco, trata de iluminar un mundo distinto, en estos días de peligro, confusiones de todo tipo y pandemia desenfrenada. Fratelli Tutti, debería ser la Encíclica a repasar, para observar la huella que trata de dejar el argentino residente en El Vaticano. Humanidad, rescata un breve texto publicado en el diario El País, hace hoy exactamente 6 años:
No fueron pocos lo que se maliciaron que aquel obispo callejero, simpático y futbolero llegado del fin del mundo no tardaría en ser anulado –en el mejor de los casos—por la poderosa Curia vaticana, la misma que había amargado los últimos días de pontificado a Joseph Ratzinger o la que vivía plácidamente escondiendo escándalos y dinero oscuros mientras los fieles desertaban de las iglesias.
Muchos pensaron que la cruz de plata, los zapatos gastados y aquellos discursos contra el poder económico serían flor de un día, una vistosa tapadera para el caldero de siempre.
No parece que vaya a ser así. Parapetado en Santa Marta –no hay mejor blindaje que mezclarse entre la gente–, a salvo del lujoso aislamiento vital y teológico de Benedicto XVI, Jorge Mario Bergoglio sigue erre que erre el camino que se marcó: viajar a cuerpo gentil hacia las periferias del espíritu y del mundo.
Por lo pronto, ya ha cambiado el lenguaje y la mirada. Francisco ve posibles amigos donde antes solo había enemigos.
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