Por Carlos Piro
Mi viejo, como muchos padres, recuperó parte de su infancia, o mejor dicho, la infancia que no tuvo, mientras me criaba. Así, por ejemplo, “me” compraba figuritas cuando yo no todavía sabía qué hacer con ellas. Por su costado nostálgico (y porque aquellos años, del 74 en adelante, eran muy malos), recuerdo toda mi niñez escucharlo hablar de viejas glorias de Chacarita Juniors.
Así crecí, comparando las hazañas de ensueño de los equipos de 1959, de 1960 o de 1969 con las tristes salvadas del descenso en la última fecha. Y en esos relatos históricos, siempre emergían las proezas de uno, que había salido Campeón Metropolitano en 1969, sí. Pero había jugado poco en ese torneo, porque estaba lesionado.
De él se recordaban especialmente los dos goles contra Atlanta en el ’67, la milonga que le había pegado a River Plate en el ’70… Sí, a River. Ni a Almirante, ni a Morón, ni a Chicago ni All Boys. A River Plate y en su cancha, señores. Que era un jugador de selección, que daba gusto verlo jugar…
Y de los cuatro goles que le había hecho en el ’74 a River, otra vez, en su debut con la camiseta de Boca Juniors, cuando los hinchas de Chaca empezábamos a alentar a nuestros cracks con camisetas ajenas.
Había pasado por la selección juvenil, y seguramente, si no hubiera sido por la operación en el hombro, habría jugado en las eliminatorias del mundial de 1970. Capaz que ahora su figura se agranda para mí y me equivoco, pero con él y Ángel Marcos en la selección, seguro que la clasificación para México no se le escapaba a la Argentina…
Tiempo después, en 1980, lo vi personalmente por primera vez. Yo era un pibe que estaba por dejar de serlo, pero igual me dejé llevar por el cholulismo (influido por mi viejo, claro). Y le pedí un autógrafo en el ring side del Luna Park. Él estaba charlando con unos amigos, y con esa sonrisa gardeliana, hermosa y canchera, les dijo: “¿Vieron? Todavía me reconocen…”.
La sonrisa no la perdió nunca, ni la onda, ni el estado físico. Lo entrevistamos con José Tangari para un documental que nunca se terminó, y usé esa charla para un librito sobre el Metro del ’69.
Me contó cosas lindas y me negó las feas con indignación. “Los dirigentes siempre dicen que arreglaron partidos para sacarle protagonismo a los jugadores”, me dijo, palabras más, palabras menos, serio, casi enojado, sobre el mito del partido contra Atlanta en el que nos salvamos del descenso en aquel 1967. El relato de la tribuna lo convertía en un héroe y en un pícaro. Pero él prefería defender la honestidad del jugador que había sido y que a pesar del paso de los años, nunca dejó de ser.
Después compartimos cenas de socios vitalicios, incontables encuentros en la cancha y un asado de amigos donde éramos seis y ahí pude “disfrutarlo” a full. Fue la estrella de aquella noche de verano antes de la pandemia. Estaba, como siempre que lo vi, del mejor humor, y contó mil anécdotas. Incluso reveló un secreto que juró desmentir si lo contábamos. Claro, nosotros la pasamos de puta madre, estábamos con una gloria de Chacarita, con uno de los más grandes ídolos del club, pero él también se sintió cómodo, agasajado y querido entre amigos.
Estaba fenómeno, orgulloso de seguir pesando, a los 70 pirulos, lo mismo que cuando jugaba. Carajo, entre la pandemia y sus problemas de salud nos quedamos con las ganas de repetirla. Pero nos queda la felicidad de haberla tenido, al fin de cuentas, esas alegrías se dan en cuentagotas y cuando te distraés, son sólo un lindo recuerdo.
Este maldito 27 de abril de 2022 murió Carlos María García Cambón. Quiero creer en el cielo, donde mi viejo y mis amigos de la tercera bandeja lo estarán viendo jugar por toda la eternidad, en la selección mundial de jugadores de Chaca con Cesarini, Duchini, Isaac López, Gaslini, Campana y Busico, Mario Rodríguez y Savoy, Poncio, Puntorero y el Tanque Neumann entre tantos otros, en un equipo titular infinito que gana todos los partidos, jugando bien y por goleada.
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