Por Marcelo Stiletano (La Nación)
La historia y la leyenda de Marlon Brando comenzaron a escribirse con Un tranvía llamado deseo, la obra teatral de Tennessee Williams con la que viajó casi sin escalas de los escenarios de Broadway al cine para abrir un nuevo tiempo.
Lo que Brando inauguró allí fue un modo de actuación jamás visto hasta ese momento, que con el tiempo sería visto como algo revolucionario. La búsqueda, tal vez involuntaria pero a la vez decidida y convencida de una «nueva veracidad» interpretativa, según según las palabras de su biógrafo Richard Schickel.
Es posible que en los últimos años el mito de Brando haya quedado registrado en la memoria de las generaciones más jóvenes a partir de los aspectos más extravagantes de su personalidad, sus caprichos, su propensión a engordar y las épicas peleas que mantuvo con directores y colegas en los sets. O reducido a algunas de sus últimas apariciones memorables: Apocalipsis Now, Último tango en París y sobre todo El padrino.
Pero mucho antes que eso, Un tranvía llamado deeseo inauguró a través de Brando un nuevo estilo de actuación que con el tiempo se redujo a una sola palabra (el «Metodo»), a través del cual el artista se zambulle por completo en la piel del personaje, al extremo de no poder distinguir a uno del otro. “Su manera de actuar era tan corporal – tan experimental, tentativa y cautelosa -, que podíamos sentir con los cinco sentidos junto con él”, escribió Pauline Kael. Las carreras posteriores de grandes estrellas como Jack Nicholson, Robert De Niro y Al Pacino solo podrían explicarse a partir de esta enorme influencia transformadora.
Elia Kazan tuvo en cuenta exactamente eso para elegirlo para encarnar mejor que ningún otro en el teatro a Stanley Kowalski, el rudo, impetuoso e instintivo protagonista de la pieza de Williams, cuya versión cinematográfica, también dirigida por Kazan, sigue casi por completo la versión escénica. Fue el propio Williams quien la adaptó, con leves modificaciones aportadas por Oscar Saul.
Revisada siete décadas después de su estreno gracias al streaming, la película deja hoy a la vista su visible dependencia del concepto original con el que llegó a escena. La cámara de Kazan no puede esconder la materia prima teatral de la que está hecha su adaptación, algo que no cuesta nada apreciar en la sucesión de situaciones representadas, en la raíz de los parlamentos y de los diálogos, y en las transiciones de escena a escena.
Pero los actores marcaron la diferencia. En su biografía de Brando, Schickel incluye el recuerdo que en 1990 Kazan hizo sobre la experiencia de haber trabajado con el actor en Un tranvía llamado deseo, primero en un escenario y luego en un set cinematográfico. «Él posee exactamente aquello que me agrada ver en los actores. Hay un torbellino infernal dentro de su ser, que muestra siempre una especie de ambivalencia. Se muestra inseguro y es apasionado, ambas cosas a la vez», dice allí el director.
Lo que parece revelar por primera vez una actuación de este tipo en una película es la simbiosis perfecta entre el personaje interpretado y el actor que lo personifica. A lo largo del tiempo, la actitud enérgica y desafiante que exhibe Kowalski siempre fue vista como un reflejo de la conducta del actor en su vida privada de esos tiempos. Dice Kazan que cuando Kowalski provoca con su prepotente arrogancia a los personajes femeninos de la historia, lo que en realidad está haciendo es enfrentar a todo un sistema que hasta ese momento estaba caracterizado por los buenos modales, las reglas de cortesía y ciertos principios y valores reconocidos.
Brando vivía de esa manera en los años 50, según el recuerdo de Kazan. «No supo jamás dónde diablos iba a dormir, no se sabía de quién huía o quién era el causante de su enojo. Todos los días producía un drama que él se llevaba consigo a la escena», cuenta el director en el libro de Schickel. La leyenda de Brando empezó también a alimentarse de esas situaciones. Desde ese momento siempre se dijo que cuando el actor llegaba contento al set todo funcionaba a las mil maravillas y cuando le tocaba un día problemático la convivencia con él se hacía imposible. A veces ni siquiera avisaba que se quedaría en su casa. La jornada estaba perdida.
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En el caso de Un tranvía llamado deseo, habría que preguntarse entonces qué pasaba por la cabeza del actor el día en que le tocó rodar alguna de las escenas en las que, frente a los principales personajes femeninos, Kowalski tiene arrebatos repentinos de ira que lo llevan a estrellar un plato contra la pared o romper algún otro objeto, sin contar gritos y amenazas.
Esas reacciones violentas e inesperadas empiezan a hacerse costumbre en Kowalski en el hogar que comparte con su esposa Stella (Kim Hunter) a partir de la llegada de la hermana mayor de ésta, Blanche DuBois (Vivien Leigh), una mujer con claros signos de inestabilidad mental cuyo perturbador pasado complicará todavía más las relaciones entre los personajes.
Al modesto departamento que comparten Kowalski y Stella en el barrio francés de Nueva Orleans llega Blanche con sus refinados modales de maestra, sus alambicados monólogos, su baúl lleno de prendas vistosas y joyas de fantasía, y un pasado que no podrá dejar atrás. Con los condicionamientos y los elusivos recursos visuales que el rígido código de censura de Hollywood imponía en ese tiempo, Kazan se las ingenió par mostrar la creciente tensión sexual planteada entre Kowalsky y Blanche, mientras empiezan a asomar en los diálogos detalles de la atormentada personalidad de la mujer. Referencias explícitas a la homosexualidad y ala ninfomanía debieron eliminarse del montaje final de la película.
De la mano de Brando, Kowalski se propone desenmascarar a Blanche para dejarla expuesta frente a su indulgente hermana. Kael caracteriza al primer gran personaje del actor en el cine como “un hombre brutal, ignorante y perturbadoramente incoherente, con sus amagos de violencia acechando detrás del lenguaje oscuro y atropellado, y su rostro huraño y sombrío”. Sin embargo, Kowalski también puede lucir un traje elegante, citar de memoria algunas frases extraídas de la literatura y mencionar el Código Napoleónico. Ese hombre con aire rebelde, tosco y primitivo también puede mostrar alguna inquietud intelectual, algún ribete de artista. Como el propio Brando.
Sin embargo, el propio actor repitió varias veces que su manera de ver la vida no tenía nada que ver con el temperamento y la conducta de Kowalski. «Es la antítesis de mi persona. Es un hombre sin ninguna sensibilidad, sin ninguna clase de moral, solo atento a su quejumbrosa y llorosa insistencia en seguir su propio camino. Nunca vacilaba, jamás dudada. Y lo dominaba esa brutal agresividad que yo odio. La temo. Detesto al personaje», dijo Brando en una oportunidad.
Lejos del conflictivo vínculo que mantienen Kowalski y Blanche DuBois en la trama creada por Williams, la relación entre Brando y Leigh durante el rodaje resultó óptima después de un primer encuentro bastante enojoso para ambos. Relatan las crónicas de la época que Leigh trató de inmediato de caerle simpática al joven actor, pero éste reaccionó con bastante desdén. En su primer encuentro, Brando le preguntó a Leigh por qué usaba tanto perfume. “Porque me gusta oler bien, ¿a ti no?”, respondió la actriz. “¿Yo? Solo me lavo. Ni siquiera me meto en la bañera”, replicó Brando antes de lanzar al piso un salivazo que pasó muy cerca de Leigh.
Todo mejoró después entre ellos, pero cada uno por su lado tuvo que sobrellevar en medio del rodaje situaciones personales bastante complicadas. El actor sufrió un par de lesiones en medio de escenas complicadas. Las mayores consecuencias las sufrió primero al dislocarse el hombro durante una sesión de esgrima y luego por la torcedura del pulgar derecho como producto de un mal movimiento en la escena en la que lanza una bola de bowling.
Leigh la pasó peor, porque las exigencias de la filmación complicaron todavía más su frágil condición física y mental. Los estudios Warner insistieron en sumar una estrella de su calibre para darle más atractivo a la versión cinematográfica de la exitosa obra teatral, en la que Jessica Tandy había interpretado a Blanche. Pero cuando aceptó el papel, Leigh padecía un trastorno bipolar y algunas depresiones. Con el tiempo admitio que haber interpretado a Blance la condujo «a la locura».
Tiempo después se supo que Leigh se levantaba de repente en medio de la noche para repetir a los gritos algunos de los parlamentos escritos para Blanche en la obra de Williams. Y para evitarle complicaciones, ya que era muy supersticiosa, una doble de Leigh se encargó de la escena decisiva en la que Blanche hace estallar una botella contra un espejo. “Tiró la botella 11 veces, rompiendo 11 espejos. Kazan quiso que tratáramos de que Vivien pudiese adaptarse de la mejor manera al rodaje, ya que ella se sentía una extraña entre nosotros”, reconocería años más tarde Karl Malden, que interpreta a Mitch, el compañero de trabajo de Kowalski que se convierte en pretendiente de Blanche.
Leigh, Malden y Hunter se llevarían más tarde gracias a Un tranvía llamado deseo sendos triunfos en el Oscar como mejor actriz protagónica, actor de reparto y actriz de reparto, respectivamente. La película cosechó un total de 12 nominaciones, entre ellas una para Brando (mejor actor protagónico) y otra para Kazan (mejor director). De todos ellos, solo la actriz de Lo que el viento se llevó no formó parte de la versión teatral originaria. Del cuarteto de intérpretes protagónicos, solo Brando se quedó sin el Oscar. Pero se llevaría un premio mayor: a partir de ese momento empezaría a escribirse su leyenda.
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