Por Lucas Schaerer (AMNoticias)
Juan, el joven. El pibe de los doce apóstoles. En la última cena es significativo. Se lo representa encima de Jesús. Con su rostro sobre su pecho. Como hacen los adolescentes con quienes tienen afecto. Son muy corporales. Cercano, al punto de ser cargoso, de tanto cariño. Sin protocolos y cálculos. Primerean con el corazón. Fue desde la Cruz que Jesús lo encarga a su madre. La Virgen María vivirá con él y él será su hijo, como fue Jesús. El único apóstol que se hace familia. El discípulo amado.
Juan Grabois es el hijo político predilecto de Francisco, el primer Papa en llamarse como el santo más querido fuera del mundo católico, por su amor por los pobres y la naturaleza. Juan conoció a Jorge cuando era cardenal y lo vio predicar sobre los cartoneros. Entonces a él fue a pedir ayuda. El ángel de los cartoneros, el joven estudiante de abogacía con el pequeño círculo de amigos, necesitaba un respaldo celestial, mayor, un aliado de peso político, para encarar la titánica lucha por los derechos de los cartoneros, los excluidos que brotaron en la crisis del 2001.
Desde entonces Juan y Jorge se unieron. Pasaron 20 años. Fue la fe y la lucha por los sobrantes, los leprosos del siglo XXI. Ambos Grabois y Bergoglio construyen un nuevo humanismo. Francisco desde hace más de una década desde el sillón de Pedro, en el Vaticano, y allí demostró que no olvidó a los cartoneros. Fue en la ceremonia de asunción, el día de San José de 2013, que puso cerca de su altar a Sergio Sánchez. El primer cartonero en pisar suelo Vaticano de la historia. No cualquiera. Sánchez es el mismo que había parido con Juan el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). En Sergio de Villa Fiorito, la misma villa donde nació el D10S del fútbol, se representaban los descartados del mundo. Este cartonero representó en la Santa Sede la cara visible de los trabajadores que no tienen patrón directo, ni derechos. Un fiel representante del pueblo con ingenio por necesidad, que se vuelca a rescatar alimentos, ropa, electrodomésticos, y todo lo que sirve para sobrevivir en familia, todo lo que descarta la sociedad del consumo, tanto de los ricos como la clase media, aquella de los trabajadores con derechos, bajo convenio colectivo, que cobran un sueldo con recibo. Gracias a la realidad que discernía Bergoglio en Buenos Aires nació el concepto de “cultura del volquete”. Luego en el papado lo reconfiguró, para entendimiento mundial, en cultura del descarte. Fui testigo de esos encuentros del arzobispo con los cartoneros, en la Plaza Houssay, una de las paradas más grande cuando no había centros de reciclado. Por esos años, Bergoglio llevaba a la agenda mediática y política, las misas contra la trata y exclusión, en la Plaza Constitución, donde bendecía sus carros y aceptaba el cartón como ofrenda en la Santa Misa.
Desde entonces Juan trabaja y mucho con el Papa. Han organizado encuentros mundiales, tanto en el Vaticano como en Bolivia, con los movimientos populares. Para ponderar esa tarea, Bergoglio designó a Grabois miembro de uno de los ministerios de la Curia Romana. De hecho, ha escrito y participado de diversas obras, editadas tanto dentro de los muros vaticanos como fuera. La comunicación entre ellos, personal, telefónica y por correo electrónico, tiene muchos idas y vueltas en estos intensos años. Mucha confianza entre el viejo y el joven. Francisco se nutre, aprende de él, como le pasa a Juan. Aunque Jorge lo pastorea en fe y política. La edad hace la diferencia. Hablan de libros que cada uno lee y ha leído. Juan igual se cuida, no quiere quedar “que se cuelga de la sotana” ni que lo usen para perjudicar al Pontífice. Grabois no habla del tema a la prensa, ni muestra mails, menos fotos de sus encuentros en Santa Marta, la residencia comunitaria del Papa en el Vaticano. Este vacío informativo lo aprovechan algunos para decir que Juan no es recibido por el Papa hace años. No le perdonan, ellos creyentes, pero no misericordiosos, que no hizo campaña con el pañuelo celeste, aunque no está a favor del aborto, y encima mantenga en sus filas una joven legisladora de pañuelo verde.
En liderazgo político Juan declaró que su terminal política es el hombre de blanco y que en Cristina Fernández de Kirchner reconoce el liderazgo local, la figura política que más quieren los pobres, esos mismos que lo ungieron a él en la piedad popular, una fe distinta al catolicismo del Godspell College de San Isidro donde terminó la secundaria.
Es en la fase superior de la primavera eclesial de Francisco que Juan se larga al lodo de la política electoral. No es cualquier momento. Es en el marco del regreso de Bergoglio a su patria. En el 2013, cuando fue el último cónclave, la novedad de la campaña electoral legislativa era el primer Papa argentino. Ahora lo que entusiasma en las redacciones del mundo y la política es que Bergoglio trabaja para volver a su madre tierra.
Aunque Juan no gane las próximas elecciones internas en Unión por la Patria –paradójicamente su contrincante es el candidato del peronismo más alejado del Papa -, va a evidenciar cuanto de esa primavera eclesial de Francisco ha calado en la Argentina. Católico que hace política (“la más alta forma de caridad” definió San Pablo VI), joven, formado, de cuna sanisidrense, pero con opción preferencial en los pobres, es el candidato que une en su plataforma electoral las 3T: Techo, Tierra y Trabajo, con el mismo sentir de la iglesia en salida, que reivindica y sueña con hacer realidad los preceptos del Concilio Vaticano II.
La iglesia de Francisco caminando con los movimientos populares, con Grabois en un rol clave, lograron durante la presidencia de Mauricio Macri la ley de Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP).


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