Contradictorio, brillante – con una máxima: «a matar o morir”, en su combate contra los colonizadores españoles -, mulato seductor que despertaba una atracción especial en las mujeres (en sus redes caían “casi todas”, incluso Remedios de Escalada de San Martín). De esta forma, en forma fragmentaria, describió a Bernardo Monteagudo, asesinado el 28 de enero de 1825, en el Alto Perú, la novelista Florencia Canale, al presentar anoche su libro “El Diablo”, en el teatro De la Torre, en Pinamar.
No es tarea fácil sintetizar una charla de más de una hora, que discurrió por asuntos revolucionarios del pasado (lo único que le interesa a la autora) y muchos otros de “sábanas”. Es así: Monteagudo fue un estrecho colaborador de O´Higgins, Bolivar y San Martín, aunque con éste había recelos, dado que el máximo prócer nacional, dentro de la Logia Lautaro, se había convertido en seguidor de Carlos de Alvear, a quién el mulato tucumano le profesaba lealtad.
En síntesis, Canale (una periodista de alcurnia, simpatiquísima), es una apasionada de los hombres y mujeres de la historia latinoamericana, con luces y sombras. Prefiere eludir el presente y el futuro, pero insiste en iluminar con sus escritos “los cuerpos y almas” de sus contemporáneos. Por algo, evita responder algunas preguntas. Hasta Nino Ramella, el presentador de la editorial Planeta, se hizo el “gil” en ese tema.
Así habló Canale: “El pasado es lo único que me calma. No me interesa el presente. Busco allí respuestas, en esas costumbres e ideales. Hay mucho para aprender”. Con ser polémica, no es ajena a la realidad brutal de hoy.
Describió los orígenes «oscuros» de Monteagudo, su educación en Chuquisaca (actual Sucre), que lo convirtió en abogado a los 18 años (le cobraron revancha a los 34). Para ella fue “el primer revolucionario argentino”, precursor de 1810, por lo que acontecería en Buenos Aires, donde lo despreciaban Cornelio Saavedra y Martín de Pueyrredón.

En apariencia, destinado a ser “un pulpero, un pobre peón negro”, Monteagudo alcanzó estatura por su educación, sostenida en ejes de la gesta francesa de 1789. Con Rousseau a la cabeza, accedió a puestos de decisión y fue editor de La Gaceta de Buenos Aires, con una pluma fascinante, hasta que fue expulsado por expresar sus ideas en forma libre.
Contó Florencia que Monteagudo “fue a rajado a patadas” de varios lugares, entre ellos el Directorio; estuvo encarcelado y si bien vivía austeramente, vestía muy elegantemente para conquistar a las mujeres, siempre buscando información, “agazapado”, para el sector de la Logia Lautaro a la que pertenecía. Se caracterizaba por su virilidad. Pero eso mejor, leerlo en “El Diablo”.
“Ser un ganador le apareja problemas”, contó Canale. Y defendió sus ideas como “jacobino”. Era brillante, alternó entre otras con Remedios de Escalada y Mariquita Sánchez de Thompson; fue pionero al considerar a las mujeres “como sujetos trascendentales para la defensa de la Patria”. Si eso le servía para “el levante, o no”, pasa a ser un aditamento más, según la autora.
Las pasiones y traiciones estaban a la orden del día, en aquel entonces. Como podemos observar, también en la actualidad. Monteagudo “no brotó de la nada” y participó antes que nadie del clima “revoltoso” de la época para desembarazarse de los colonialistas de Europa. «Sí, era rosquero, en secreto” y proponía “armarse hasta los dientes” para “matar a los españoles, a los que consideraba sus enemigos. Era sanguinario, nada tibio, un gran orador que sabía que estaba en la lista negra de los conquistadores”.
Florencia Canale se mostró atrapada por la personalidad subyugante de Monteagudo, a quien propuso entronizar como un héroe nacional. Vivía “a matar o morir». Sobre su asesinato hay varias versiones, que dan lugar a criterios contrapuestos. Eran muchos y por variados motivos los que tenían razones para borrarlo de la faz de la tierra.
- Imagen destacada: Florencia Canale y Nino Ramella en el Teatro De la Torre (Mara Paganetti)


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