Opinión

Pelicot abusada por buenos vecinos y padres de familia, acicateados por «un gran tipo»: ¡el marido!

"Hay violaciones y violaciones" argumentó un defensor de varios acusados de someter a una mujer drogada por su marido Dominique Pellicot, durante casi una década en Francia. El testimonio de hpomeraniec@infobae.com

Por Hinde Pomeraniec (Infobae)

Posiblemente ya viste algo de esto o lo leíste. Ocurrió en Francia: un hombre que hoy tiene 73 años drogó con somníferos y ansiolíticos a su mujer (hoy exmujer y de 72) durante una década para que fuera violada por extraños. Más de 80 hombres que fueron contactados en un sitio de internet por Dominique Pelicot aceptaron la invitación a abusar de todas las maneras posibles de una mujer grande e inconsciente. Una mujer que fue su novia a los 19 años, que era su esposa, que es la madre de sus tres hijos y la abuela de sus siete nietos.

Con la adicción de un coleccionista, Pelicot grabó todo y clasificó las cintas. Lo descubrieron por otro hecho: lo pescaron fotografiando y filmando a tres mujeres mientras buscaba qué había debajo de sus faldas. De ahí en más, fue detenido y comenzó la investigación que hoy lo tiene en el banquillo junto con 51 de los hombres identificados entre quienes lo acompañaron en la bacanal de aberraciones.

Escribí ese artículo después de una charla maravillosa con Martín Kohan sobre “Literatura y política” en el auditorio Angélica Gorodischer del Centro Cultural Fontanarrosa, der Rosario, donde se desarrolla la Feria que terminará el próximo domingo.

Asocio el tema con la mirada de los otros. Durante diez años, Gisèle P. fue abusada mientras tenía los ojos cerrados. Nunca vio los rostros ni los cuerpos de quienes la violentaban. Nunca tuvo ni una sospecha ni un recuerdo del suplicio casi cotidiano al que la sometía el esposo, en compañía de señores que ahora argumentan en los tribunales que lo que hicieron no fue violación porque nunca tuvieron esa intención en la cabeza.

«Hay violaciones y violaciones y, sin la intención de cometer una, no hay violación», dijo con absoluta convicción el abogado defensor de seis de los acusados. La intención de un sujeto y sus valores, por encima de la ley. Si el marido autorizaba, no era violación. Nunca pensaron que la mujer era, sin saberlo, esclava del deseo perverso de un hombre; fue más fácil pensar que se hacía la dormida. Tiendo a creer igual que no era esto lo que pensaban sino que así funcionan las estrategias de defensa pero, de todos modos, si el argumento es ese, es porque para algunas personas la cosa funciona así. Parece un razonamiento persuasivo, al menos instalado en el imaginario.

Leyendo materiales sobre el caso, hubo una frase que me impactó. Le pertenece a ella, la única víctima y, a la vez, la heroína de esta historia porque a pesar de tener la vida arruinada, decidió hacer de su caso un mojón en la historia de los derechos de las mujeres y se anima a mostrar la cara y a que se exhiban en público las pruebas de su tormento.

Gisèle P., en los tribunales de Aviñón 

Es una frase que pronunció luego de que la Policía la llamara para mostrarle imágenes de los videos grabados por su marido. En un comienzo no se dio cuenta de que la habitación que se veía ahí era su dormitorio y que esa mujer atropellada por diferentes hombres y sin reflejos era ella. Siempre había pensado que Dominique era un gran tipo, un excelente padre de familia, así hablaba de él. Nunca se le hubiera ocurrido que ese abuelito amoroso podía ser la misma persona que confesó haber diseñado un plan perverso y criminal luego de que ella se negara a hacer intercambio de parejas y algunas otras “cositas” en la cama que para él eran relevantes.

Durante varias décadas habían vivido juntos, dormido juntos, criado a los hijos; ella nunca lo había escuchado decir nada ofensivo contra una mujer, aún hoy sostiene eso. Después de ordenar sus ideas y comprender que el mundo en el que había vivido hasta entonces había sido una mentira y que el hombre con el que pasó su vida es un criminal, dijo que comenzaban a cerrarle algunas cosas que le llamaban la atención.

“Él ya no me miraba cuando teníamos sexo, ahora entiendo por qué”, susurró la mujer que durante años sufrió de fatiga crónica, caída del pelo y lesiones uterinas que ninguno de los médicos que la vieron en sus consultorios asoció con episodios de violencia sexual. Tal vez ella creía que ya no le resultaba atractiva, que a su edad era imposible despertar en su esposo la misma pasión.

Entender, a veces, puede ser el mayor dolor de todos.

Hay mil datos sorprendentes que surgen de los testimonios en las jornadas judiciales, mil aristas para analizar este caso que, además, tiene ramificaciones tan espantosas como la historia de un hombre identificado como ‘Rasmus´ o Jean-Pierre M. (63), quien no violó a Gisèle sino que violaba a su propia esposa mientras reproducía las estrategias de Dominique, usaba el mismo tipo de medicamento para dormirla y además lo “invitó” a violar a su mujer con él. La investigación determinó que Pelicot estuvo al menos cinco veces en la casa y en el dormitorio de Rasmus. Enterada de todo, la esposa de Rasmus y madre de sus cinco hijos no quiere denunciarlo; él, en cambio, muestra remordimientos y piensa que merece lo peor, cadena perpetua.

Cada uno de los acusados es una y varias historias más. Pero lo central en este caso es cómo la historia de Gisèle escenifica todos los reclamos del feminismo de los últimos años, esos reclamos que han sido y son subestimados, burlados, negados. Como que la enorme mayoría de los actos de violencia contra las mujeres los cometen las parejas o exparejas, que una gran cantidad de hombres siguen considerando a las mujeres objetos sexuales o que hombres y mujeres en cantidades desoladoras siguen desconfiando por default cuando una mujer hace una denuncia por abuso. Y podría seguir, pero conocés estos reclamos tanto como yo.

“¿Puede ser que el caso Pélicot sólo nos interpela masivamente a las mujeres?”, escribió en X por estos días la periodista Noelia Barral Grigera. Y sí, puede ser. Conozco a muchos hombres que se impresionaron honestamente al conocer la noticia pero, en la mayoría de los casos, hay algo con el impacto de lo inconcebible que queda ahí: no hay en ellos consideraciones o reflexiones posteriores. Muchos, de todos modos, leen los materiales y se indignan, pero no sé a cuántos les puede significar un antes y un después como sí nos pasa a las mujeres.

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Una vez víctima, siempre víctima

En «La llamada», Leila Guerriero, elabora el retrato de Silvia Labayru, sobreviviente de la ESMA. Esta lectura invita a complejizar las nociones alrededor de la víctima y la fetichización del daño. Por Águeda Pereyra.

Imagino que, puestos a pensar, aquellos que realmente no son hombres violentos ni predadores no se sienten incluidos entre los potenciales abusadores y el tema entonces queda para ellos en lo excepcional de la condición humana, aún cuando quienes están siendo juzgados son más de 50 hombres de todas las edades, profesiones y clases sociales. Buenos vecinos y buenos padres de familia aunque cuando los investigadores comenzaron a hurgar, encontraron que varios tenían antecedentes de violencia de género o pedofilia.

Hay, en cambio, otros hombres que, a partir de este caso – y de los tuits y las notas que empezaron a aparecer –m se sienten juzgados y acusados de formar parte del colectivo de los hombres violentos, aunque nadie los haya nombrado. Se dan por agredidos cuando seguramente adoran que se use la palabra hombre como sinónimo de humanidad en causas maravillosas, pero cuando se trata de temas aberrantes como el caso Pelicot necesitan que todo el tiempo se destaque la excepcionalidad de conductas como la de todos estos hombres que están siendo juzgados en Aviñón. “Yo no soy eso, yo no soy eso, yo no soy eso”, necesitan decir y decirse.

Parecen no registrar que los que están siendo juzgados son cincuenta, pero de un pueblo de seis mil habitantes (cincuenta reconocidos, hay unos treinta más que no pudieron ser identificados). Que son cincuenta (ochenta) que no tuvieron problemas en abusar de una mujer sedada hasta el desmayo. Que algunos volvieron a repetir la escenita perversa de La bella durmiente hasta seis veces. Que otro se animó, mientras la sometía, a hacer la V de la victoria a la cámara que estaba siendo manejada por el marido de una mujer humillada de la manera más vil. Que, suponiendo que ignoraban a lo que iban, una vez que la vieron ninguno denunció lo que estaba pasando, es decir, que no se trataba de una fiesta entre libertinos sino de uno de los casos más horribles de la historia de la perversión.

Los que ahora dicen que están siendo atacados en masa lo hacen cuando escuchan hablar de la cultura de la violación y los pactos de silencio. Entonces te (me) llaman resentida, escriben larguísimos correos explicando la diferencia entre un hombre normal (ellos) y un psicópata, te (me) acusan de escribir idioteces y se ocupan de mencionar que a lo largo de la historia hubo miles de mujeres capaces de hacer cosas horribles o te (me) mandan correos en donde aseguran que escribir o titular estas notas es estigmatizar a todo un género (dios mío) o incentivar discursos de odio.

Algunos agreden fiero y otros escriben a la manera de víctimas y, posiblemente sin darse cuenta, frases que son el colmo del machismo y el racismo. Cito textual, sin tildes ni comas, y con la falta de buen gusto que parece marca personal del caballero:

“No se que te han hecho los hombres ni con quien estuviste, pero yo soy uno de ellos y como muchos me siento ofendido, es evidente que sos racista, nos metes a todos dentro de una bolsa donde deberian caber menos del 10%, ahora lo unico que falta es que digas que los negros tienen un olor particular y son sucios”.

Por último, y esto duele, hay, también, mujeres que acompañan estos reclamos y que acusan al feminismo de meter a todos los hombres en la misma bolsa en lugar de distinguir que no son todos, y de remarcar que se trata de eventos extraordinarios. Me sorprenden ellas. Como si nunca hubieran vivido algún momento difícil, o incómodo o directamente un abuso a lo largo de sus vidas. Como si se sintieran tranquilas en la calle cuando están solas o de a dos o de a tres en zonas solitarias o desconocidas o cuando oscurece. Como si no temieran por sus hijas. Como si no les dijeran que avisen dónde están cada vez que salen. Como si no tuvieran pánico al mandarlas o al permitirles ir a otra casa a pasar la noche.

Este caso muestra que, a todos estos miedos, hay que sumarle además el que podemos haber estado toda una vida viviendo con un desconocido.

Si me sorprenden las mujeres que niegan estos temores, me sorprenden todos los que piensan que es una exageración lo que decimos una y otra vez a propósito de la cultura de la violación. Alcanza con pensar si alguna vez, en la historia de la maldad humana, hubo algún caso en el que 80 mujeres se pusieran de acuerdo para violar y humillar sexualmente a un hombre inconciente a pedido de su esposa.

Van a irse por las ramas, lo sé. Me van a decir que muchas mujeres matan a sus parejas y que algunas son capaces de matar a sus hijos y, por supuesto, tienen razón. Pero nada de eso tiene que ver con el centro de gravedad de este caso abominable que es que ninguna mujer está segura ante un posible abuso sexual.

Nunca, a ninguna edad.

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