Por Jorge Liotti (La Nación)
En 2011 el profesor de Harvard Dani Rodrik escribió un libro llamado La paradoja de la globalización, en el que planteó un trilema que enfrentan los países en el contexto del siglo XXI. Su hipótesis es que no se puede optar simultáneamente por la hiperglobalización económica, la soberanía nacional y la democracia, sino sólo por dos de estos elementos a la vez, porque el tercero inevitablemente se resiente. Si un país está globalizado económicamente con un buen sistema democrático, resigna parte de su soberanía nacional (los países de la Unión Europea). Si prioriza la soberanía y la democracia interna, tiene problemas para integrarse a la globalización (Brexit). Y si se conecta con la globalización y se esfuerza en mantener su autonomía nacional, sacrifica la democracia interna (China).
El planteo de Rodrik puede servir como modelo de referencia para desarrollar el trilema, mucho más doméstico, que enfrenta Javier Milei a la hora de encarar el proceso electoral. Por un lado, tiene el objetivo natural de ampliar su base de sustentación en el Congreso para avanzar con las reformas que planea. Este camino lo llevaría a un acuerdo con Pro y eventualmente con otras fuerzas porque la estrategia sería de acumulación y de polarización. Encarnaría el planteo clásico de un oficialismo que llegó al poder con debilidades y necesita ampliarse.
La segunda aspiración sería buscar el crecimiento individual de La Libertad Avanza, transformarla en una fuerza política más robusta y con una personalidad distintiva. Desde esta premisa, sería más importante la pureza identitaria que los números y, en consecuencia, es una opción refractaria a los acuerdos con otros partidos.
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Según Liotti, el presidente Milei y Macri se dispensan afecto mutuo por dos razones. La piedra en el zapato sería su hermana Karina, quien con Santiago Caputo busca captar a referentes del PRO. dejando en la banquina al líder.
Y el tercer propósito apuntaría a redefinir el mapa político de la Argentina para establecer una nueva hegemonía libertaria en medio de la fragmentación de las demás fuerzas. Esto supondría apostar al debilitamiento de sus dos principales rivales: el kirchnerismo, que expresa la oposición frontal de la centroizquierda, y el macrismo, como manifestación de una centroderecha que pueda competirle por un electorado similar.
En la lógica del trilema, Milei sólo podrá conseguir como máximo dos de esos objetivos, pero nunca los tres al mismo tiempo. Si se amplía para ganar votos y derrotar al kirchnerismo, diluye su identidad. Si prioriza la construcción propia y la eliminación del macrismo, probablemente sume menos bancas y deje vivo al kirchnerismo. Y si apuesta a vencer al kirchnerismo y diluir al macrismo en la misma jugada corre el riesgo de perder la elección. Se trata de un ejercicio de imposible resolución satisfactoria.
El Presidente inicia el 2025 electoral en condiciones de fortaleza política que le permiten poder optar entre esas alternativas. Si estuviera arrinconado por una economía declinante y una baja en las encuestas sus alternativas estarían mucho más acotadas. Pero esto no excluye la necesidad de elegir un camino, de priorizar objetivos para desarrollar su estrategia. Y se trata de un desafío nuevo para Milei, que pondrá a prueba su capacidad de liderazgo. Debe decidir entre mantenerse como el jefe de una militancia intensa y leal, o correr el riesgo de encabezar una construcción más amplia con mayores dosis de heterogeneidad. Pasar de un oficialismo con aliados a una alianza oficialista.
En el escenario de 2023 la meta era llegar al poder a como diera lugar (acuerdos con el massismo, con Pro, con fuerzas provinciales). Ahora es distinto porque debe definir la configuración de poder que moldeará la segunda mitad de su mandato. Es lo que puede marcar su destino como estrella fugaz o como el mandatario que logró revertir el declive.


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