Reflexión

Cómo darle un respiro al alma

¿Qué pueden hacer los habitantes de las grandes ciudades durante las noches de insomnio? Acertar, errar, andar. ¿Y si probamos algo distinto?

A continuación, compartimos una nota de Antonio Lucas publicada en El Mundo, de España. Sumamos a esta alumbrante anécdota, una reflexión que de alguna manera también se discurre en la nota: ¿Qué pasaría si los habitantes de las grandes ciudades, Madrid, Buenos Aires, saliéramos a las calles cuando no podemos conciliar el sueño, y nos pusiéramos a hablar con vecinos?

El desinterés por hablar cierto tema en particular, y a la vez el cautivante aprecio de ver a alguien que sigue ahí con el pasar de las décadas, pareciera ser una opción original para lidiar con las frustraciones de la noche. Comparémoslo con las otras: agarrar el celular y ponerse el brillo de la pantalla para aislarse aun más en el mundo del verso artificial; salir de fiesta a lugares donde el ruido y las sustancias aguan nuestras buenas intenciones; la empatía difícil de encontrar cuando se boya por ahí, no como un náufrago, sino como un ser en trance.

Puede que el diálogo y la humanidad también sean un trance. Pero hacia algo que no nos deja más vacíos. No nos quitará. Por el contrario, quizá nos traigan inspiraciones y recuerdos, de esos que duran minutos y le dan un respiro al alma.

-JP

Con las sillas en la puerta de casa

Por Antonio Lucas (El Mundo.es)

Tuve una nostalgia tremenda de infancia cuando hace tres días, en lunes, de visita en casa de un amigo que convirtió en casa un viejo taller de carpintería en Usera, al rematar la cena, el anfitrión propuso sentarnos en la acera de la casa (por fuera) para seguir con el vino y la parla. Dos portales más allá unos vecinos compartían la noche del mismo modo. Y en la acera de la estrecha calle, otros compartían el ritual. Madrid, entonces, se hizo amable, doméstico, cercano. Se hizo pueblo como no lo es. Se hizo otro como a veces nos gusta.

Hablamos de mil cosas, claro. Y estrellamos algunas risas contra la atmósfera pesada y torrefacta de la noche. Mientras los otros hablaban me ausenté un rato sin moverme de la silla recordando esa misma escena 40 años atrás, cuando en el pueblo de mis abuelos (Cieza, Murcia) el ritual del verano pasaba por esta misma estampa: sentarnos en la puerta de la casa, en semicírculo, con las vecinas (siempre mujeres) a dejar que la noche animara la vida entre voz y chascarrillo, repasando la jornada, repasando el mundo. Nada importaba más allá que esa minuta de confesiones suaves mientras las rachas de brisa animaban la noche lenta y perezosa de julio o de agosto. En una calma de convivencia donde todo era más humano, más radical por humano.

Sucedió algo parecido la otra noche en Usera. En tiempo de histerismo político algo se detuvo por un rato y la madrugada se suavizó sola. Importaba muy poco la mercancía electoral, los de aquí y los de allá. Estábamos los amigos, las amigas, al calor de un tiempo sin la infamia habitual. La resistencia íntima era estar entre nosotros, cívicamente, sentados con sillas viejas en la acera llana, ejerciendo un civismo de quererse sin más pretensión que la de estar juntos. Hablamos de algunos asuntos privados, casi intrascendentes, pero es que vivir se apoya mejor en lo pequeño, en los proyectos inmediatos, en los entusiasmos y los diminutos desengaños. Y fue la madrugada caminando con nosotros.

Alguien anunció que eran las dos y media. Los vecinos de enfrente se estaban marchando. Nos despedimos de ellos y fuimos recogiendo las sillas ordenadamente. Satisfechos. En un rumor de voces bajas. Otra noche más, pero fue distinta. Porque a quien más, a quien menos, aquel rato indefenso de las sillas en la acera lo llenó de seguridad. La de estar por un rato en un Madrid tan distinto, tan nuestro, que parecía otro lugar. Apenas esto. Disfrutar de los rigores de julio convencidos de que no existe lugar mejor: unos vinos, unos rostros en los que te reconoces desde hace algo más de media vida y algunas anécdotas de siempre que nunca fallan cuando alguien quiere decir «ojalá no nos faltemos».

Foto destacada: Pintura de Joseph Mallord William Turner

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