Literatura

Dositea, la protectora de perros y gatos

Conocida en el barrio por su amor hacia los animales, Dosi responde a un llamado, como Batichica en la lucha contra la injusticia. El hecho: la indiferencia hacia el bienestar animal.

Dositea estaba pronta a cumplir los cincuenta años, era mas bien delgada, de estatura baja, pelo y ojos castaños. Amaba su soledad y la vida que había construido. Desde muy joven se había acostumbrado a la independencia, por aquellos años de universitaria en los que habitaba en un departamento del microcentro con su hermana. 

Ambas decidieron estudiar psicología. Dositea siguió hasta el final y se especializó en la comunicación no verbal. También realizó un posgrado sobre mascotas. Su hermana dejó la carrera y se ganó lugar en el terreno de la astrología. Pero volviendo a nuestro personaje principal, desde que se licenció supo que quería conocer más sobre el sentir en primera persona de los animales domésticos. 

Resulta que por su fama de protectora de perros y gatos, los vecinos la consultaban cada vez que veían algo raro en el barrio. “Dosi, hay un gato perdido en la puerta del edificio”; “¡Dejaron a un perro abandonado!”; “Otro gato volvió a perderse y está arrinconado en una esquina”. 

A cada una de aquellas emergencias Dosi recurría, solucionándolas a su manera: con energía y un fuerte temperamento. Difícil será olvidar aquella vez en que un vecino la llamó a las doce de la noche por un perro que estaba dentro de un auto a metros del edificio. “Disculpá que te llame, pero antes de hablar con la policía quería avisarte a vos, que sos la que sabe de estas cosas”, le dijo empezando la noche justiciera. 

A lo Batichica y Robin, allí se encontraban, Dositea y su vecino, observando al perrito. Alegremente había una pequeña ventana superior abierta, pero era una abertura ínfima. Con la idea de que sonara la alarma y que llegara el dueño, el hombre golpeó el auto con una sutil pero fuerte patada. “¿Le doy mas fuerte?”. Dosi miraba su pierna con los ojos bien abiertos, sin decir ni que sí ni que no.  

Viendo que el auto no contaba con alarma, ya que solo se escuchaba el silencio urbano en esa oscura calle de Buenos Aires, la terapeuta llamó al 911. Entre algunos chistes para pasar el rato mientras llegaba el móvil que se presentaría dentro de unos minutos, apareció una agente a pie.

Disimulando su indignación, la joven oficial tocó el timbre de una casa desde la que se escuchaba música. El propietario del coche no estaba allí, pero desde el portero electrónico los habitantes respondieron que habían visto a una mujer rubia bajando del vehículo. 

A los pocos minutos de llegar el móvil policial, salió gente de la casa donde estaba estacionado el auto. “¿Es de ustedes?”, pregunta un oficial, a lo que responden que sí. Ellos mismos van en busca de la mujer rubia. En esa casa también estaban de fiesta y ya se estaban preparando para partir a sus casas. La blonda sale y se muestra molesta, enfervorizada en justificaciones.

Una amiga de ella salta a defenderla y grita: “¿Qué? ¿Acaso es una contravención?”, refiriéndose al hecho de dejar encerrado a un perro con poco oxígeno por tiempo indeterminado. Vaya uno a saber si quería demostrar léxico jurídico ante las autoridades, pero la mirada entre los policías no fue de sorpresa buena, sino mas bien de sorpresa ante la estupidez.

Tanto Dositea como su Robin se quedaron callados, observando cómo la policía se encargaba del asunto. Ninguno de los dos respondió ni expresó sus emociones a los que creían correcto dejar encerrado a un perro en un auto, un día de calor, al menos treinta minutos, que era cuando el vecino dio aviso.  

Con final feliz, el mundo seguía tal cual estaba, pero con un poco más de justicia. Algo que parecía nimio, porque finalmente la dueña del auto se iría a su casa con el perro. Pero con el episodio en el que le tuvo de que dar explicaciones a la policía, ya se lo iría a pensar dos veces la próxima vez que quiera tratar a un ser vivo como a una cosa, pensó Dositea antes de irse a dormir, con una sonrisa dibujada en su rostro. 

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Escritor y estudiante. Fundó Humanidad el 2016 a sus 15 años de edad.

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