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Con la nueva empresa de seguridad contra incendios contratada, el equipo delictivo ya podía planear el desastre sin que las alarmas llevaran a una central donde los bomberos estuvieran alertados. No habría peligro mortal ya que todo se desarrollaría de noche, cuando los últimos empleados salieran del local. Los bomberos, en cambio, serían Cast y Carbet.
Conseguir el camión rojo de alarmas estridentes era lo de menos. Más importante era el incendio, que debía ser controlable el tiempo suficiente para que pudieran entrar, cargar los millones, y sacarlos de forma oculta con la vida encima.
Al haber cámaras de seguridad por todas partes, lo mejor sería afectarlas, pensó Carbet. El incendio se generaría en la sala de control de la encargada. Además, en las nuevas alarmas de incendio habían colocado inhibidores que se encenderían en el momento del incendio, y nublarían las cámaras del salón congelador y los pasillos de entrada y salida.
La huida sería simple, porque los vecinos que se acercasen verían a los bomberos trabajando, esperando pasivamente a que apaguen el fuego. No podrían notar la diferencia con bomberos reales, por lo que les darían todo el tiempo del mundo para que completen su trabajo.
El último asunto era cómo sacar el dinero. Manuel creía que se trataba de bloques, por lo que no podrían pasarlos por ninguna manguera que los aspire. Guardarlos en sus trajes podía ser una opción con el riesgo de quedar deformados a la vista de los transeúntes, pero tampoco era suficiente para retirar tanta cantidad, ya que debían hacer varios viajes y se vería raro verlos caminar en vez de apagar el incendio.
La idea le cayó del cielo a Triki Cast. Los millones estarían guardados en esos refrigeradores anchos y bajos, por lo que podrían sacarlos de la cámara para dejarlos en la antesala con un cartel que diga: «No tocar. Para enviar a arreglar».
De esta manera, el incendio fue causado, las sirenas sonaron, y el equipo entró a las tres de la madrugada a la isla que guardaba su fortuna. Llevaron consigo sus mangueras para poder apagar el incendio una vez abierta la puerta encriptada de la cámara frigorífica ubicada en el fondo del local. Efectivamente estaban allí los refrigeradores con los billetes dentro. Pudieron verificar su hazaña abriendo los candados con la adelantada tecnología que manejaban.
Carbet dio la señal de irse y, con el local hecho cenizas en buena parte, se fueron por donde vinieron. Al día siguiente el incendio conmovió al barrio y a las noticias. Pero nadie había advertido nada por fuera de lo publicado. El dueño de «Re rico» se encontraba de gira por Europa para llevar la marca a Italia.
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Sacar los refrigeradores fue lo más sencillo de todo. Posteriormente la nueva empresa aseguradora contra incendios daría una excusa para abandonar el mercado y desinstalar sus equipos, entre ellos las pruebas de inhibidores de cámaras. Su trabajo había sido exitoso bajo todos los aspectos, y se retiraban habiendo salvado al local de la destrucción total.
Tampoco resultaba extraño para ningún empleado que después de la tragedia, unos refrigeradores tuvieran carteles con anuncios de que debían ser arreglados. Nadie recordaba que estuvieran colocados allí y por orden de quién, pero era lo que menos podía preguntarse la responsable del local con tantas cuestiones a solucionar.
No se le dio mucho tiempo a nadie para reflexionar y una empresa a cargo de Carbet y Cast se llevó los equipos a arreglar. Por supuesto que la encargada estaba informada de su programada visita. Cast ya lo había agendado con sus útiles conocimientos de infiltración informática.
Manuel se encontraba satisfecho con el plan. Sus temporarios colegas le dieron el saludo afectuoso y su parte pactada. ¿A qué aventuras se dedicarán de ahora en más Halsi Carbet y Triki Cast?


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