Opinión Sociedad

De qué nos olvidamos cuando los líderes profundizan peleas en provecho propio

En un plano general, Sergio Sinay observa como históricamente hay en el mundo una lucha todos contra todos. La lógica amigo-enemigo - dice - favorece a unos pocos, perversos y poderosos. Cuál es la lección olvidada.

Por Sergio Sinay

Ningún grupo humano existe en sí mismo. Adquiere identidad sólo en relación con otros grupos. Aún en una pequeña isla con una población mínima habrá siempre grupos enfrentados. Los sistemas humanos se organizan unos contra otros. Esto afirmaba en 1767, en su “Ensayo sobre la historia de la sociedad civil”, el filósofo e historiador escocés Adam Ferguson (1723-1815), a quien se considera también como precursor de la moderna sociología.

Antes y después de él la historia parece empeñada en darle la razón. Y lo que era evidente en un mundo de 800 millones de habitantes, en la época de Ferguson, lo es más en un planeta que hoy tiene 8.300 millones de pobladores y camina día a por el borde del abismo con guerras, luchas fratricidas, asesinatos masivos, intolerancia religiosa, política e ideológica. Los líderes que deberían estar al servicio de la integración de lo diverso se empeñan en profundizar los enfrentamientos para sacar provecho de estos. Se basan en la aberrante teoría (debida al filósofo nazi Carl Schmitt, que prendió con éxito en militantes y gobernantes de derecha e izquierda por igual) de “amigo vs. enemigo”, de “ellos y nosotros”, de “nosotros contra ellos”. Así funciona, al final del día, en las sociedades, las familias, las organizaciones, y casi en cualquier sistema humano compuesto por más de dos personas (e incluso entre dos). Los costos son altos en tiempo existencial perdido, vidas destruidas sin sentido, pérdida de energía y de valores, odio creciente, amor menguante. Unos pocos, perversos y poderosos, ganan con esto y lo alientan.

El mismo Ferguson, sin embargo, sostenía que, más allá de la organización en grupos, los humanos necesitamos unos de los otros, y que podemos amarnos (en un sentido real y no meramente declarativo) cuando, aceptándonos diferentes, podemos reconocernos como parte de la misma humanidad. Esta es la lección olvidada.

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