Clarkie veía cada tarde a Julia pasar. Su pecho se inflaba, su respiración se agitaba, y sus ojos se abrían al ver a aquella mujer trans que le hacía suspirar. Aunque mas bien, rezongar, al ver su paso dejar nada mas que hojas movidas por el suave peso de su andar. Triste, ahora con los ojos apagados, se decía: ¿por qué me he ilusionado? ¿Por qué me enamoro de quien no me puede amar?
Años más tarde, en una oficina, ambiente bien laboral, se le acercaron dos mujeres, dispuestas a charlar.
-Clarkie querido, ¿cómo estás? – preguntó la primera, ser locuaz.
-Aquí, como ves, trabajando – respondió sin más.
En ese momento una conversación empezó, sonriente y atractiva mujer, para cautivar al hombre de ojos sin interés. Estrategias desempolvó para causarle empatía y ternura. «¡Yo te quiero ayudar!», se dijo Clarkie, con el corazón ya sin tapón.
Patrañas terribles hicieron feas mujeres que en sus planes tenían jugar con sentimientos de un cincuentón bonachón. Triste quedó, y abusado peor. Porque no querían su amor, sino que dinero y diversión.
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Ahora en un café, una mujer con rizos espléndidos se sentó a su lado. ¿Quién es? ¿Qué quiere? ¿Verdaderamente es quien dice ser? Todas esas preguntas desarrollaba en su cabeza mientras la conversación fluía aquella tarde marrón. Un poco de leche oscurecida se desparramó y salpicó. El hombre ya no controlaba su dolor, ni las angustias de su corazón. Desconfiaba por completo, luego de haber sido víctima de su ingenuidad, con absoluta desazón.
Enamorado de quien no lo quería; dañado por quienes abusaron de su confianza; y angustiado por la persona que dijo amarlo por su calidad humana y belleza, a la cual él rechazó. Cerró los ojos y pensó: ¿tan complicado es el amor?
Lo fácil, fácil llegó. A la vez rápido se esfumó. Lo deseado, imposible se volvió. El camino que queda, es el difícil: seguir con fuerzas hasta que alguien más vuelva a acelerar el pulso de Clarkie, sin dejar de ver que el enamoramiento es una parte más de este laberinto. El laberinto del ser humano.


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