Reflexión

¿Los escritores, las escritoras, mueren?

Este 13 de abril falleció Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura (2010), y una pregunta vuelve a repetirse: ¿los escritores realmente mueren?

Lo que hacen las letras es magia pura. La lectura ofrece un placer instantáneo, que es del bueno. Por supuesto que no es tan rápido como el consumo en Internet. Lleva tiempo, paciencia para captar la idea, y atención al camino hacia donde nos lleva cada párrafo. Si logramos esto, puede que pasada la página y algunas líneas después soltemos una gran carcajada, o demos una sutil sonrisa.

La literatura nos permite conectarnos con personajes e historias. Y el escritor, la escritora que las deja plasmadas, nos sigue acompañando. Sigue ahí, dentro del libro. Porque es imposible no pensar en García Márquez cuando recordamos lo felices que fuimos con «El amor en tiempos del cólera», y otras de sus novelas no tan conocidas.

O recordar a Mario Vargas Llosa, quien falleció este último domingo a los 89 años. El también ganador del Premio Nobel de Literatura (2010), dejó un legado literario con realismo y política en sus novelas.

Conocer la historia se hace más fácil, por ejemplo con «Tiempos recios», donde se detalla el golpe de Estado a Jacobo Árbenz, Presidente de Guatemala que implementó una reforma agraria y no tuvo la benevolencia de la «United Fruit Company».

A pesar de que en el derrocamiento van y vienen las acusaciones de comunista, Vargas Llosa transmite desde su mundo con sinceridad: «Muy poca gente sabe en Guatemala qué es el marxismo ni el comunismo, ni siquiera los cuatro gatos que se llaman comunistas y que crearon la Escuela Claridad para difundir ideas revolucionarias».

Con todas las enseñanzas y puertas que nos abren estos contenidos ¿cómo considerar la desaparición de su autor? El escritor sigue ahí, en la biblioteca, en la mesa, en el desparramado desorden de los aconteceres humanos. Porque eso es lo que cuentan, y lo hacen con tanta destreza, que nos provocan uno de los mayores placeres.

Gracias a todos ellos y ellas. En especial en estos momentos, donde el fin no es el final, sino el recordatorio de que hasta los observadores más dedicados, con más o menos demora, tienen su baile protagónico.

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