Opinión Sociedad

KaiO, dio y recibió amor

Tener mascotas - en este caso un rotweiller -, llena espacios de devoción inigualables. La dignidad que marca su partida, después de una vida feliz, enternece y le da sentido al esfuerzo que se hace a diario en la selva de cemento.

No hay A sin O. En este caso, primero fue KaiA, la gruñona rotweller que viajó a Estados Unidos y se perdió en la bodega de un avión, para finalmente llegar con su padre adoptivo a la Costa Oeste; y después, tras su partida y entierro en un terreno de Tristán Suárez, cerca de un campo de golf en el partido de Ezeiza, apareció KaiO, el macho de la misma raza más bueno del orbe, por más que su presencia fortachona infundiera miedo y/o respeto a los desconocidos.

¡Que compañías tonificantes! A pesar del trabajo que daban sacarlos a pasear varias veces al día; asustar – o enloquecer de cariño, según la mayoría de los casos – al vecindario; alimentarlos, bañarlos y cuidarlos ante cualquier contingencia. El que da, recibe, decía uno de sus protectores. Y así era. Familia protestona, ruidosa y feliz, con casa y comida a discreción. KaiO era el centro de atención en el territorio del barrio de Mataderos.

Ser recibido por KaiO, era una fiesta. Explotaba en el aire una energía positiva. Volteaba a los débiles con cerca de 60 kilos, lanzado a saludar sin medir su poderío; abrazaba (a lo perro) a los mejor constituídos. Siempre con amor, una sonrisa indeleble que dejaban al descubierto unos filosos dientes que no se atrevían a rasgar la carne de los visitantes. Simplemente acariciaban, acompañados de húmedos lengüetazos.

Pasan los años. La finitud es una norma para todos. Imposible no llorarlo, no extrañarlo, no imaginarlo sintiéndolo aún entre las sábanas. Con mimos enternecedores.

La quijada se le empezó a poblar de pelitos blancos, sin perder lozanía. Y fueron llegando las enfermedades. Todas hieren, la última mata. La despedida se vislumbraba. Con un último juego celebró su paso físico por este mundo. No tenía planteos existenciales. Disfrutó intentar atrapar el agua con las mandíbulas la última tarde. Una manguera agitada por el hermano humano lo hizo revivir y actuar como mascota de meses. Travieso, vivaz.

La expresión final de KaiO no dejó dudas: sigan adelante, muchachos – pareció decir -, los estaré alentando. Sí, estoy dentro de sus corazones, como los llevé en el mío incondicionalmente. Disfruté de los asados, los travesías insólitas a la costa, las corridas por el parque y no guardo rencor por los gritos y algún sacudón fuera de lugar. La vida se toma como viene, aprendí de mis amigos sacerdotes del Bajo Flores. Recibí besos y caricias. Mi empuje los acompañará y los convertirá en triunfadores…va, eso es un hecho, doy fe. No se detengan ni le hagan caso a la nostálgica canción.

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