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La fórmula para hacer a la Argentina más competitiva del economista Arriazu

Para Ricardo Arriazu, un hombre con llegada al presidente Milei, los productores nacionales deberían cinchar por una hormona de competitividad y crecimiento: se trata de reformas estructurales para reducir el costo argentino.

Por Ricardo Arriazu (Clarín)

Es muy frecuente escuchar que Argentina es un país caro y no competitivo, y que la solución a estos problemas consiste en devaluar la moneda. El presidente Milei refutó esta idea señalando que el PBI medido en paridad de poder de compra es mayor que el PBI medido en dólares corrientes, lo que implicaría que el conjunto de los precios de los bienes y servicios que componen el PBI argentino es más barato que el de los Estados Unidos. Para muchos lectores esta afirmación resulta incomprensible, por lo que considero necesario aclarar estos conceptos para entender cómo funciona la economía argentina.

¿Es correcta la aseveración del presidente de que Argentina es un país menos caro que Estados Unidos? La respuesta es afirmativa. Y no sólo eso: Argentina es más barata que alrededor de 90 países del mundo. Entonces surge la pregunta inevitable: ¿cómo se explican los viajes de compras y de turismo a Bolivia, Brasil, Chile, los Estados Unidos y otros países? La respuesta es sencilla: en algunos productos – los que efectivamente se compran – Argentina es hasta cuatro veces más cara, mientras que en otros es mucho más barata. Esto revela que somos un país relativamente pobre, pero con fuertes distorsiones en los precios relativos.

La medición del PBI en dólares corrientes se realiza dividiendo los precios de cada bien y servicio en moneda nacional por el tipo de cambio. En cambio, la medición en paridad de poder de compra cuantifica el valor agregado de cada producto utilizando los precios vigentes en Estados Unidos. La comparación entre ambas mediciones permite visualizar las diferencias de precios para el conjunto de los bienes y servicios de la economía.

Las cifras publicadas por el FMI en su informe World Economic Outlook muestran que, si el valor de esa canasta en Estados Unidos es 1, en Argentina es 0,459, es decir, menos de la mitad. El país más caro del mundo es Islandia (1,22) y el más barato Nigeria (0,126). El promedio mundial es 0,561 y el de América Latina es 0,47. En la región, los niveles de precios son bastante homogéneos: Uruguay es el país más caro (0,656) y Nicaragua el más barato (0,325). Brasil presenta un nivel prácticamente idéntico al de Argentina (0,454).

Ser un país caro no es sinónimo de falta de competitividad. Por el contrario, los países más competitivos tienden a ser más caros, ya que el aumento de la productividad eleva los salarios y los precios de los servicios. Si bien Argentina no es cara en términos generales, sí lo es en determinados bienes, y al mismo tiempo resulta poco competitiva en muchos sectores.

Muchos analistas sostienen que este problema se resuelve elevando el tipo de cambio. Sin embargo, la experiencia muestra que estas mejoras de competitividad no son durables, contribuyen a elevar la inflación y terminan reduciendo la tasa de crecimiento de mediano plazo. La evidencia empírica muestra, además, que los volúmenes exportados tampoco mejoran de manera sostenida.

Un gran amigo, Enrique Blasco Garma, solía decir que pedir una devaluación en Argentina es equivalente a que las personas de baja estatura pidieran que se devalúe el metro: su altura medida aumentaría, pero su estatura relativa no cambiaría. Algunos podrían beneficiarse circunstancialmente con una “hormona del crecimiento”.

Lo que los productores argentinos deberían solicitar es una verdadera “hormona de competitividad y de crecimiento”, que no es otra cosa que las reformas estructurales necesarias para reducir el llamado “costo argentino”.

Mejorar la competitividad implica que los sectores que compiten con el exterior puedan hacerlo en condiciones de igualdad. Para ello es necesario analizar todos los componentes de la estructura de costos que nos vuelven no competitivos. Estas mejoras incluyen la reducción de muchos de esos costos: los costos laborales unitarios – lo que no implica reducir el poder adquisitivo de los salarios -, la carga tributaria y financiera, el costo de las regulaciones y los costos derivados de la falta de infraestructura. La casi totalidad de nuestros problemas de competitividad se origina en estos factores y en la inacción histórica para corregirlos.

Estas reformas deberían mejorar la competitividad de las empresas y, a partir de allí, todo dependerá de su capacidad para aumentar consistentemente la productividad. La estructura productiva argentina es el resultado de los incentivos otorgados a lo largo del tiempo, y las empresas reaccionaron a ellos, muchas veces impulsándolos. Cualquier cambio en estos incentivos modificará necesariamente esa estructura, con ganadores y perdedores y con impactos económicos, sociales y políticos. La destrucción suele ser más rápida que la creación, y sus efectos no deben ser subestimados.

La reducción de la inflación también modifica el funcionamiento de las empresas. En contextos inflacionarios, muchas concentraban su estrategia en acumular stocks financiados con créditos subsidiados y en aprovechar la falta de competencia para operar con márgenes elevados. La baja de la inflación revierte esta dinámica y obliga a competir en un mercado mucho más exigente.

Por último, no debe dejarse de lado el crecimiento del comercio informal. Hasta no hace mucho tiempo esta actividad se concentraba en productos de bajo volumen y en la venta callejera, pero en los últimos años se extendió a una amplia variedad de bienes, afectando de manera indebida a numerosos sectores formales. Esta situación distorsiona los precios relativos y debe ser corregida.

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