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Carrara, un obispo marcado por Bergoglio, con carisma «no mediático»

Un perfil del obispo villero Gustavo Carrara - introductorio a una entrevista cuyo link se incluye al pie de la nota -, realizó el periodista Martín Rodríguez (@tintalimon) ¿La excusa? Hablar de Carlos Mugica.

«Estuviste mal. Me barajaste en medio de toda la gente y tuve que contestarte, pero yo no acostumbro. Ni siquiera atiendo a…(el portal se reserva el nombre). Eso no se hace – toreó –, la próxima vez se más respetuoso. Te paso mi celular. Llámame y pregúntame si quiero hablar». Así comenzó la (buena) relación con Gustavo Carrara, el obispo villero a punto de viajar a Roma, para dar cuenta de la situación en los ámbitos periféricos al papa Francisco. Corría el último año del gobierno de Mauricio Macri. Los encuentros con él posteriores (la mayoría vía telefónica) fueron esporádicos. En una ocasión, demostró su vocación de servicio, al auxiliar a un periodista de Humanidad, en la búsqueda de un familiar dentro del problemático barrio del Bajo Flores. Ahí mostró la pasta de la que está hecho.

Ahora, lo entrevistó Martín Rodríguez (@tintalimon) para Panamá Revista. Antes del cuestionario, que se podrá leer al pie, el periodista trazó un ajustado perfil del humilde personaje en cuestión. Vale compartirlo:

«¿Cómo alguien llega a cura? El camino del Padre Gustavo Carrara parece madurado en el aparente retraimiento que muestra su personalidad a simple vista. No le tocó romper mandatos de clase, como otros curas, no hizo una conversión de arriba abajo sacándose doble apellidos de encima; hubo más bien un desplazamiento desde la vida de una familia modesta, de capas medias y comunes, hasta una experiencia que fue tallada silenciosamente. Semilla crecida por dentro, del pueblo al pueblo es el camino de Gustavo a sacerdote. Su relación próxima e histórica con el actual Papa Francisco, siempre manejada con discreción (forma parte de una generación de curas marcados por la agenda social de Bergoglio desde fines de los noventa y principios de siglo, que el kirchnerismo en ese entonces pasó por alto y que el macrismo subestimó), contrasta con los usos que tantos han hecho de él una vez llegado a Papa. Gustavo no necesita “espectáculo público” de amistad. Estos diez años vimos de todo en las viñas del papado: el intento de muchos por hacer de la relación con Francisco una visa para hacer política, consumir su poder o inmacular trayectorias. Gustavo es sacerdote, obispo auxiliar de Buenos Aires y Vicario Episcopal para la Pastoral de Villas. En su consagración en 2017 se lo vio salir en andas llevado por vecinos de Bajo Flores en la puerta de la Catedral. En tiempos de política selfie, con presidentes en plena conversión pública, con Gustavo son los otros los que lo ponen en valor, enfrentando casi su pudor. La fe profunda no será instagrameada. Este contraste entre su popularidad de abajo, un carisma no “mediático” amasado con dedicación y ternura (NR: y con rigor, cuando es necesario), resulta necesario para la presentación, aunque probablemente lo incomode.

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La excusa es hablar de Carlos Mugica. El sacerdote recordado como mártir, completa junto a José Ignacio Rucci y Rodolfo Walsh, una tríada de caídos cuya memoria es vital también porque no descansa en paz, al menos anida en las contradicciones de una época, en los debates sobre violencia, sobre vanguardia, patrias peronistas o socialistas, sobre “tirarse cuerpos”, que no permiten tampoco el relajo de la “buena conciencia”. Si Mugica fue consejero y hermano mayor de Montoneros, también fue un agudo crítico de su prepotencia contra Perón. Si Walsh escribió la Carta abierta a la Junta Militar, meses antes difundió la carta crítica a la Junta Militante, a una conducción montonera desquiciada en la rutina bélica a distancia. Si Rucci fue un dirigente popular de resistencia probada, fue el cuerpo que le “tiraron” para negociar a un Perón que lo consideraba como un hijo. Con Gustavo simplemente queremos pensar en la continuidad de aquel camino difícil que emprendió Mugica. ¿Qué queda en el actual equipo de villas de aquel legado?

Nos encontramos en el edificio del arzobispado, sobre Rivadavia, en una oficina con ventana a la Plaza de Mayo, una mañana de viernes. Su rutina lo lleva cada día a viajar en la línea E de subte desde la parroquia de Bajo Flores – donde vive -, hasta el centro. Lo espero un rato. Fue preparando un mate mientras escuchaba audios y respondía. Nos rodea el silencio, sin mirarme sacó del bolso un libro de Carlos Mugica, lo puso en la mesa señalándolo, luego dirá que lo está releyendo estos días con tantos homenajes. Al fin, el primer frío de un otoño lento, y aún con mosquitos, nos pone en mejor clima. Todo listo.

Gustavo nació el 24 de mayo de 1973, el exacto día antes de que asuma Héctor J. Cámpora su frustrante presidencia. Su familia era de una clase media popular de Villa Lugano. No eran de ir a misa todos los domingos, “eran de ir a misa cada tanto”. Fue bautizado en Luján el 13 de octubre del 73 porque sus padres habían hecho una promesa: llevaban ocho años de casados y no habían podido aún tener hijos. Después de Gustavo llegaron sus tres hermanos. Y fueron a Luján a agradecerle a la Virgen la bendición. Hizo la primaria en la escuela de la Parroquia “Niño Jesús” en Lugano, entró ahí con cinco años a primer grado y lo recibió el Padre Héctor Botán, que era el Párroco de la escuela, y fue el primer coordinador del equipo de curas de villas, constituido como equipo en el año 69. Ahí tuvo catequesis, creció en el conocimiento de la fe, pero pasó la secundaria en el Comercial 12, para ser Perito Mercantil. Esa escuela pública tenía un sobrenombre: “Juan XXIII”. Aparentemente fue construida para la época del Concilio y el primer rector permitía que se diera catequesis en una escuela del Estado. “Pero cuando yo estaba ya no se daba”. Su vida siguió ligada al barrio y a la parroquia “Niño Jesús”, donde recibió la Confirmación y participó de los grupos juveniles. Iba de campamento, jugaba al fútbol los domingos, los sacerdotes les daban la llave después de la misa e iban toda la tarde a jugar, haya sol o haya lluvia. Pasaron los años y le nació la pregunta: “¿podré ser cura?”. “Y le di bolilla a esa pregunta”, dice. Cuando estaba terminando quinto año su mamá le preguntó: “¿y vos que vas a hacer?”. Gustavo nunca decía lo que iba a hacer, ese día le mostró que estaba anotado en el Seminario».

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