Profundo y simple al mismo tiempo. “Paria” desde los 13 años, según se definió, irreverente, racional con eje en el ¿quiero saber? que es lo que significa la palabra filosofía, y emotivo hasta el llanto. Así se mostró anoche el premiado Darío Sztajnszrajber, al exponer ante unas mil personas en la sala José Hernández, de la Feria del Libro.
En la presentación de “La filosofía a martillazos”, Darío recordó su infancia donde era “un boludito que leía todo el tiempo” y después de un tiempo en la privada, pasó a la educación pública. Allí, lo menos violento que escribió fue “Jesús fumó un porro”. Pasó dos años difíciles en el secundario, durante la dictadura militar y luego en la Universidad, ya en democracia, militó en el trotskismo.
Darío hizo una encendida defensa de la escuela pública: “no menoscabo a la privada, pero la pública tiene otra perspectiva y esencia y éste gobierno la ha ido dinamitando. En la UBA te encontrás con el otro, en un ámbito donde todos pertenecen y no hay privilegios”.
Sin nombrarlo por su nombre, criticó al presidente Mauricio Macri, por haber señalado como “algo negativo” caer en la educación pública que, en su criterio, “es un lugar adecuado para desarrollar política de Estado”. Defendió en tal sentido, la actividad cultural del “Canal Encuentro”, que produjo “un antes y un después en todos los países de Iberoamérica”.
Definió al amor como “un acto de retracción y no de invasión”, dijo que uno “vive autojustificándose y utilizando la debilidad de los otros” ,poniendo constantemente “excusas”. Aunque apuntó que “en última instancia, es uno el que elige, hasta cuando vota”.
Dijo que su propia epifanía, cuando se convenció que “quiero esto para toda la vida”, se dio cuando empezó a ejercer la docencia a los 23 años, ante un aula magna con 400 estudiantes.

De diferentes maneras enjuició “al modelo económico destructivo”. Por ejemplo, señaló que en la actualidad “comprarse un libro es impúdico para el bolsillo de la mitad de los argentinos”.
La angustia existencial ocupó parte de su disertación. Opinó que “lo incierto es parte de las personas” al igual que “la conciencia de finitud”. Por eso, indicó que hay angustias que no tienen salida: “no puede venir alguien a resolverte el problema de la muerte como si fuera un plomero”.
También se pronunció contra los mandatos que “otros quieren que se repitan”. Contrapuso a la filosofía con el sentido común, al que definió como el tipo de pensamiento al que uno debe ajustarse y convertirse, en consecuencia, en “un anónimo o un marginal” sujeto al “etiquetamiento de los demás”.
Parafraseando a Heidegger, propuso pelear contra “la existencia inauténtica”. Dijo que no hay que someterse “a pensar lo que se piensa, sentir lo que se siente o desear lo que otros desean”.
¿Quién construye?, planteó. Ahí tuvo un reproche directo a medios de comunicación, a formatos (y no contenidos) de “programas de panelistas” donde se exacerba “la grieta, los términos antinómicos y el pensamiento binario… los buenos siempre somos nosotros”.

Indicó que ese formato se da en programas de espectáculos, políticos y deportivos, donde cada uno tiene su rol, “hay rompe pelotas, pragmáticos y otros que dan duro a instancias de los productores”.
“La grieta se reproduce por todos lados: macrismo versus kirchnerismo; menottismo versus bilardismo, con formatos que están buscando siempre un chivo expiatorio”, se explayó.}
Para Darío el sentido común en la televisión se da para “conseguir espacios de venta de publicidad”. Aquí resaltó la labor del canal “Encuentro”, el que – aseguró – “no esta al servicio del mercado”.
Ya en el final, consultado por sus padres, se animó a referir una anécdota que tuvo por protagonista a su madre, presente en la sala. Tras expresar que uno es producto de su crianza, indicó que siendo chico se atrevió a preguntarle a su progenitora “qué es la felicidad”. Emocionado hasta las lágrimas, refirió que su mamá le contestó: ¡Qué nadie me rompa las pelotas! Después de eso se retiró del escenario a hacer su propia catarsis, de la que se recuperó tras largos minutos, antes de ir a firmar libros al stand.
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