El ex jefe del Ejército, Martín Balza – combatiente de Malvinas que hizo una autocrítica descarnada por las atrocidades perpetradas por las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar 1976-1983 -, aceptó analizar para Humanidad sobre de la situación defensiva en que se encuentra la Argentina, a 37 años de la rendición ante los ingleses.
Demócrata cabal, que cita a Jorge Luis Borges («el mayor defecto del olvido es que, a veces, incluye la memoria», menciona a propósito de los desencuentros entre argentinos), Balza se atreve a proponer un nuevo sistema disuasivo a cargo de las FF.AA.
Lo hace porqué considera necesario «capitalizar las experiencias y enseñanzas » de un pleito externo misilístico que dejó 600 muertos y mutilados y cientos de afectados por la neurosis de la «desgraciada» guerra, como son todas las guerras.
Fue un fuerte objetor de la llamada de la Doctrina de Seguridad Nacional prohijada en Estados Unidos y despertó la admiración, entre otros,del primer presidente elegido por las urnas en 1983, el radical Raúl Alfonsín,
Balza tuvo a su mando las tropass de tierra en los sucesivos mandatos de Carlos Menem. En su transcurso, suprimió el servicio militar obligatorio por el asesinato en un cuartel de la Patagonia del humilde soldado Omar Carrasco.
En tal carácter, con un Fusil Automático Liviano (FAL), le puso fin personalmente a los levantamientos militares. El 3 de diciembre de 1990 acabó con la rebeldía del coronel nacionalista Mohamed Alí Seineldín. Reprimió y avergonzó a uniformados que debieron salir sin sus borceguíes, en medias y con los brazos en alto o detrás de sus nucas, del Regimiento de Patricios, en el barrio de Palermo.
En una entrevista que tuvo con este periodista en 1998, destacó que «ese hecho fue emblemático, pero tanto en Semana Santa, Villa Martelli, Monte Caseros (de los famosos «carapintadas») y el 3 de diciembre, el Ejército (no Balza, y eso que no soy modesto), privilegió la defensa de las instituciones y el Estado de Derecho».
Se vanaglorió Balza de haber desligado Ejército «de las intromisiones en la política». Eso le generó el respeto de dirigentes partidarios, sociales, sindicales, empresarios y de organizaciones de derechos humanos. A todos ellos, les dice ahora que es necesario tener unas fuerzas armadas disuasivas para «priorizar con seriedad la realidad nacional e internacional, contemplando los factores sociales, económicos y humanos».
Todo un desafío, en medio de tantas pujas y contradicciones internas, con dos polos que parecieran confrontar no como adversarios, sino como enemigos.

Este periodista, cuando se produjo el fin de la guerra de Malvinas y el retorno al continente, observo desolado como se escondían «a los chicos» , en colectivos con ventanillas prolijamente opacadas, que volvían derrotados del combate al que habían sido llevados por una conducción irresponssable.
En Puerto Madryn, un 14 de julio de 1982, tuvo ocasión de dialogar unos breves minutos con el que fuera gobernador de las islas, el general Mario Benjamín Menéndez.
«Se ha perdido una batalla, no la guerra….que continuará ahora por medios diplomáticos», dijo entre otros conceptos.
Lo que reclama Balza en el presente es una recreación puntual del sistema defensivo nacional. Algo no menor entre tantas desavenencias domésticas: sabe que antes que nada debe haber mínimos acuerdos de unidad entre los distintos sectores con poder.
Balza tiene autoridad para hacer la advertencia. A sus 80 y tantos años, con una lucidez envidiable, ha demostrado que la mejor manera de conocer la talla de un hombre es la labor que ha podido llevar a cabo y las dificultades que supo vencer.
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