Jorge Bergoglio es un típico porteño. Ya como Papa, cuando está de buen humor, suele hacer chistes. Uno archiconocido: ¿sabe como se suicida un argentino? Se trepa a su propio ego y se lanza. En otra ocasión, según la infidencia del ecuatoriano Rafael Correa, contó que cuándo fue nombrado por sus pares, muchos se preguntaron: «¿Por que habrá elegido el nombre de Francisco? Todos pensaban que iba a ser Jesús II». Esto a propósito de que la Argentina (a la que no le dan relevancia las grandes potencias salvo por sus riquezas naturales), tiene otro delirio de grandeza: dos ministros de Economía, uno, Martín Guzmán, quien desde el Ejecutivo, debe lidiar con la deuda, el «virtual default» y la cinchada en contra de muchos de sus compatriotas empresarios, hacendados y de colegas que juegan en el equipo que no tiene los colores de la azul y blanca; y otro internacional, su mentor, el Nobel Joseph Stiglitz, que lucha orgulloso con la camiseta puesta del equipo de Maradona y Cristina Kirchner.
«Frente a esta emergencia global, la Argentina está encabezando su proceso de reestructuración de deuda en una forma constructiva, de buena fe y con el apoyo de todos los sectores políticos», escribió Stiglitz en un documento que también suscribieron unas 150 personalidades, entre ellas el francés Thomas Piketty, los estadounidenses Jeffrey Sachs y Kenneth Rogoff y el venezolano Ricardo Hausmann.
Planteó que la pandemia del coronavirus y la crisis económica acelerada por las medidas de aislamiento dispuestas para frenar la expansión de la enfermedad empujaron a la humanidad a la «peor recesión global de los tiempos modernos. En una situación – señaló – que forzó a los Estados a avanzar con políticas públicas y mayor gasto para fortalecer los sistemas de salud y brindar apoyo económico al sector privado y a la población más vulnerable.
«La presión sobre las finanzas públicas se volvió enorme, particularmente en países en desarrollo que ya estaban altamente endeudados», destacó, tras lo cual se apoyó en las iniciativas globales impulsadas por el FMI y el Banco Mundial para aliviar el peso de la deuda a 76 de los países más pobres del mundo.
Alineado con la postura de Guzmán, en días cruciales en las negociaciones con los fondos de inversión atrincherados en Washington, el texto señaló:.
«Desde 2016, cuando el país recuperó el acceso a los mercados internacionales, los prestamistas internacionales hicieron una apuesta con títulos de deuda con altas tasas de interés, que eran solamente compatibles con tasas de crecimiento robustas que no se materializaron».
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Del amplio panorama empresario de Marcelo Bonelli, Humanidad rescató la fortaleza que va ganando el ministro Guzmán, con el respaldo de Alberto y el Nobel Stiglitz.
«En febrero, antes de la crisis por el Covid-19, el FMI concluyó que la deuda argentina ‘no es sustentable’. Hay consenso – puntualizó – de que esa deuda es impagable, con pagos de intereses que se duplicaron en el gasto total del sector público».
La postura fue publicada en el sitio Proyect Syndicate, en defensa de «una solución responsable» que siente «un precedente positivo» para el sistema financiero internacional en su conjunto.
«Un acuerdo sustentable beneficia a ambas partes: a una economía en dificultades con 45 millones de personas y a los prestamistas. Es el momento para los acreedores privados a actuar de buena fe«, concluyó el documento, redactado por Stiglitz, Edmund Phelps, economista de la universidad de Yale, y Carmen Reinhardt, de Harvard.
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