Hace un par de días se cumplieron 100 años del nacimiento de Charles Bukowski, un «eterno perdedor», según la nota que publicó en Télam Carlos Alletto. El “dont’t try” («No intentes») colocado en la lápida bajo su nombre, Henry Charles Bukowski Jr. “Hank”, y por encima del número del año de su nacimiento, 1920 -que aparece separado de 1994, el año de su muerte, con la figura de un boxeador en guardia en lugar de un guión-, sintetizan de alguna forma la vida de ese escritor que dio una pelea con su escritura contra una realidad que le jugaba sucio.
Nacido en Andermach, Alemania, el 16 de agosto de 1920 (y nacionalizaado estadounidense), Charles Bukowski se ha convertido en una marca literaria muy fuerte. Su nombre de por sí solo evoca al «realismo sucio«, a las drogas, al sexo, a las peleas callejeras de borrachos provocadores, al linaje de perdedores, de los «losers».
Toda persona que lee mínimamente (que es lector) lo conoce o ha escuchado su nombre. Los escritores argentinos que tienen alguna similitud literaria en el uso del lenguaje, en los climas marginales urbanos, en la historia del antihéroe derrotado una y otra vez niegan su influencia e, incluso, su lectura. Casi todos aseguran que han leído a Bukowski de manera salteada y superficial. A nadie le gustó, o su lectura solo fue iniciática. Salvo algunas excepciones, como siempre.



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