«Que callen las armas», reclamó ayer el papa Francisco, poco después de llegar a Irak, en lo que es la primera visita de un pontífice a este país, diezmado por las guerras y las persecuciones.
Entre fuertes medidas de seguridad y con mascarilla debido al coronavirus, el papa de 84 años viajó como «un peregrino de la paz» para reconfortar a una de las más antiguas comunidades cristianas del mundo.
«Que se ponga fin a los actos de violencia y extremismo, de facciones e intolerancias», exclamó Francisco en su estancia, que terminará el lunes tras recorrer 1.445 kilómetros, especialmente por aire, para evitar las zonas donde se esconden los yihadistas.
Basta también de «corrupción», agregó, a la vez que sostuvo que «hay que construir la justicia».
También pidió que «ninguno sea considerado ciudadano de segunda clase», sobre todo los cristianos, que representan 1% de la población en este país musulmán, ni los yazidíes, minoría perseguida por el grupo terrorista Estado Islámico (EI), que vendió a miles de sus mujeres en «mercados de esclavos».
El pontífice argentino también tenderá la mano a los musulmanes y se reunirá con el gran ayatolá Alí Sistani, la máxima autoridad chiita.


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