Cuando en La Pampa le preguntaron a Jorge Luis Borges, el 9 de agosto de 1985, que le diría a los jóvenes con aspiraciones literarias, repitió consejos dados por su padre, un abogado de origen portugués nacido en Entre Ríos que enseñaba piscología. Leer mucho, solo escribir si se siente la necesidad de hacerlo y no apresurarse a publicar, fue la recomendación que se escuchó en el aula magna de la Universidad Nacional de esa provincia patagónica, según recordó Rodolfo Gigena en el diario La Arena, de Santa Rosa.
Borges, quien falleció el 14 de junio del año siguiente en Ginebra, abundó en lo importante que es escribir acicateado por un impulso íntimo. «Sentarse a escribir es un error, buscar un tema es un error, debemos dejar que los temas nos busquen y nos encuentren».
Hábil conferencista, Borges instó a que le formulasen preguntas e impresionó a sus oyentes. «Un poema no respaldado, no justificado por la emoción – les dijo -, sería un mero juego combinatorio de palabras. La emoción se abre camino a pesar de las palabras», refirió y reveló que aplicaba ese concepto «a la vida entera».
Ante un interrogante, aceptó que «deberían conmoverle todas las cosas», pero que con el tiempo se había vuelto «un poco insensible». No se quedó allí: «cada instante es precioso, deberíamos agradecerlo aunque fuera doloroso…no soy capaz de esa sensibilidad universal que, quizá, otros hayan tenido». Citó a Walth Whitman y San Francisco de Asís, para concluir que él solo trataba de sentirse «digno en cada momento».
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