Por Martín Hourest (SecciónCiudad)
Kirchnerismo y macrismo eligieron jugar al escándalo y a los títulos catástrofe en lugar de buscar acuerdos para afrontar la doble crisis sanitaria y social. Es decir, elevar los niveles de polarización y aumentar el griterío con más de 92 mil compatriotas muertos, millones de puestos de trabajo perdidos, incremento de la desigualdad, vulnerabilidad en la percepción de los ingresos y angustia de las familias.
Este es un momento en que estamos más solos, más pobres y más vulnerables. La política debe parar, volver a analizar sus objetivos, abandonar narcisismos facciosos y plantearse la necesidad de acuerdos de cara a una vida en común que no provoque espanto.
Las minorías se han enriquecido en la Argentina, han encontrado más poder (económico, político o simbólico) en medio de la crisis y no están preocupadas por el futuro. Ellas sí saben cuál va a ser su mañana, mientras las mayorías no solo no saben, sino que temen qué sucederá el día siguiente.
Esas élites utilizan la polarización, el terrorismo semántico y el ruido para esconder que, objetivamente, día tras día, si no se toman acuerdos en materia fiscal, de política de ingresos, de política económica y de preservación del ambiente se agravan la decadencia y las desigualdades.
Sus días confortables de especulaciones financieras y políticas son nuestras jornadas de miedo y desconfianza. Resulta indecente que la política no se ocupe del trabajo, de la inflación, de la vulnerabilidad de las familias y del terrible dolor con el que vamos a emerger, no sólo por las pérdidas humanas, sino por los irreparables daños económicos y sociales que causa esta crisis.
Es indecente, insisto, que el trabajo de los políticos, en lugar de buscar acuerdos para construir mayorías sostenibles que impliquen nuevas relaciones de poder, más justas e igualitarias sea satisfacer egos, alimentar aparatos, buscar ventajas adónde radicarse como candidatos o especular con la salud y la esperanza de nuestro pueblo.
Esta crisis y esta angustia colectiva no da para un juego de dinastías, ni un casting de vanidades. Una demostración patética y peligrosa de nuestras limitaciones como sociedad donde los de arriba pueden jugar y elegir y los de abajo están obligados a sufrir.
Sobran acusaciones del pasado y miserias del presente, pero no se ha discutido una sola idea de futuro. Nosotros planteamos y reclamamos de la política la formulación de compromisos concretos que tengan que ver con la mesa, la casa, el ingreso la salud, la educación y el ambiente de millones de mujeres y hombres.
A cada persona que duda que va a pasar mañana la política le debe aportar una seguridad no un miedo. A cada persona que piensa que mañana puede ser peor que hoy, la política le debe dar una oportunidad no un espectáculo decadente.
Hay que hablar con el idioma de lo que soñamos, de lo que queremos, y no con el dialecto degradado de una política que, por ocuparse de sí misma, nos pone en peligro a todos. Apelar a lo común, a lo que nos une, a la libertad de los iguales, es la mejor defensa propia.
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