«No me gusta que me llamen héroe, porque es una palabra que llena el ego de las personas y en lo personal no me hace falta para saber qué es lo que tengo que hacer. Nuestra sociedad no necesita súper hombres, sino simplemente ciudadanos que cumplan lo que comprometen”.
Desde la tranquilidad que trasunta la localidad santafesina de Sunchales, que hace 37 años abrió sus brazos para cobijarlo, Owen Guillermo Crippa habla claro y sin tapujos. Con esa misma decisión que evidenció el 21 de mayo de 1982, cuando a bordo de su Aermacchi (4-A-115) se convirtió en el primer argentino en atacar en forma solitaria a la flota británica durante la Guerra de Malvinas.
Nacido en Sarmiento (Santa Fe) el 27 de enero de 1951, el por entonces teniente de navío Crippa despegó aquel día de Puerto Argentino y volando a ras del agua para no ser detectado llegó hacia el estrecho de San Carlos, con la intención de determinar el lugar exacto en el que la fuerza rival intentaría un desembarco masivo.
En primera instancia distinguió un helicóptero enemigo y cuando ya disponía los cañones para el ataque, de repente tuvo ante sus ojos una fotografía perfecta del poderío británico, con al menos una docena de barcos y tropas que se aprestaban a hacer pie en las Islas Malvinas.
Sin tiempo para pensar en que sus posibilidades de supervivencia eran mínimas dejó atrás el helicóptero y centró el limitado poder de fuego de su avión, un caza de entrenamiento, en la fragata Argonaut, la primera que divisó.
“Cuando entro en puntería me separarían unos 300 metros de la fragata, aunque estimo que habré tirado estando a entre 150 y 100 metros. Verdaderamente pasé por encima de las antenas del buque, por lo que creo que el factor sorpresa influyó en que la acción resultara exitosa”, resalta.

Tras inutilizar el barco rival afectando radares y sistemas operativos, Crippa inició el escape adoptando en menos de lo que tarda un pestañeo una resolución que le salvó la vida: realizar una maniobra evasiva zigzagueando entre las embarcaciones de la tercera flota más poderosa del mundo, que no repelió el ataque para no exponerse a su propio fuego.
Ya con la nariz de su avión emprendiendo el regreso, el joven oficial de la aviación naval debió sortear misiles lanzados por buques de guerra, disparos de la artillería antiaérea y la persecución de aviones Sea Harrier que patrullaban la zona.
Un último sobrevuelo por el el lugar le sirvió para dibujar, en el anotador que llevaba en una de sus sus rodillas, un croquis con la ubicación y la cantidad de buques. Tras su arribo al aeropuerto de Malvinas y luego de pasar un informe de situación, las unidades aéreas argentinas se prepararon para atacar el desembarco.
Ganado por el desencanto, Crippa solicitó su pase a retiro a poco de terminar la guerra, con 15 años de servicio y sin recibir pensión alguna. Y aunque le llegaron ofertas laborales desde el extranjero prefirió quedarse en nuestro país, trabajando como piloto fumigador e instructor del Aeroclub Sunchales.
Tras desempeñarse además en el ámbito empresarial, actualmente está por concluir un libro en la que rescata junto a Claudio Meunier las mejoras anécdotas de su vida y a la vez desarrolla el Waman (Halcón, en lengua quechua), el primer avión de entrenamiento construido en la Argentina en las últimas 4 décadas.
-A 40 años de la Gesta de Malvinas, ¿qué opinión tiene acerca de lo sucedido?
-Como muchos otros compañeros que participaron en el conflicto tengo el convencimiento que hubo una errónea defensa de Puerto Argentino, porque no existió una planificación prevista para la guerra. Si se hubiesen adoptado otras medidas (como movilizar las tropas que no entraron en combate porque el Comando que estaba en Puerto Argentino resolvió rendirse antes). a las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) les hubiese costado muchísimo más poder lograr el objetivo deseado.
-¿Por qué hace mención a las fuerzas de la OTAN y no solamente a Gran Bretaña?
-He estudiado mucho acerca del tema y a lo largo del tiempo acopié documentación que comprueba que el apoyo de la OTAN, una alianza política y militar intergubernamental conformada por países de Europa y Norteamérica, resultó decisivo para torcer la historia. El contexto del conflicto se circunscribe mucho más allá de la postura evidenciada por Gran Bretaña.

-¿Cómo fue su experiencia en Malvinas?
-La guerra es horrible y debe ser la última instancia a la que el hombre debe apelar para dirimir una contienda, pero agradezco haber podido estar y cumplir con lo que había prometido: defender a la patria. Me siento un privilegiado, porque muchos otros quisieron haber ido, pero las circunstancias no se lo permitieron.
-¿Cuál cree que sería hoy la reacción de los argentinos si se produjera una situación similar a aquella?
-Es difícil hacer una apreciación al respecto, pero tengo la presunción de que la respuesta sería inmediata y, sobre todo, que nacería del interior. Aunque pareciera lo contrario, nuestros jóvenes tienen valores y responsabilidades, más allá de que lamentablemente muchas veces no cuentan con ejemplos.
-¿Coincide con el concepto que tiene la sociedad acerca de lo que fue Malvinas?
-Después de aquella primera etapa de desmalvinización la postura de la sociedad está cambiando. De eso no hay duda. Para que esto suceda hubo un gran trabajo que realizaron los Centros de Veteranos y en esto quiero resaltar especialmente al de mi provincia, Santa Fe, donde pusimos el foco en distintos ejes esenciales: atender en primera instancia las cuestiones sanitarias físicas y psíquicas, después lo inherente al aspecto laboral, y finalmente brindar conferencias para hablar del tema y trabajar con casas de altos estudios para recuperar valores que nunca debimos haber resignado.
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-¿Por qué dejó la fuerza en 1984, poco después de terminado el conflicto bélico?
-Por mi esencia democrática siempre estuve en contra de los golpes militares, que por otra parte destruyeron a las propias instituciones que tuvieron que defender. Este deterioro de las fuerzas armadas sumado a los comentarios tendientes a desprestigiar todo lo sucedido en Malvinas me sobrepasaron y me llevaron a pedir el retiro. Así tuve que buscar otra manera de llevar el sustento a casa.
-¿Sintió miedo en la guerra?
-Más allá de que pueda parecer extraño, nunca percibí el miedo a la hora de combatir. Sí sentí temor e impotencia un día de nubosidad baja en que los aviones ingleses descargaron sus bombas en el aeropuerto. No los veíamos pero escuchábamos el ruido de los motores cuando se disponían a atacar. Nos tiramos cuerpo a tierra entre el barro y los excrementos que abundan en las trincheras esperando lo peor, entre el silbido de los proyectiles. En ese momento de angustia por no saber lo que puede pasar sentí la mano de Dios en mi espalda.
-Lo que realizó aquel día en el estrecho de San Carlos es todavía objeto de estudio en muchas academias de aviación militar en el mundo. ¿Qué recuerda de ese momento crucial de su vida?
-Cuando me ví rodeado de buques en realidad tuve tiempo para observar todo como en una película en cámara lenta y evaluar la situación. Veía cómo me lanzaban los misiles y dónde explotaban las bombas, mientras analizaba en esos micro segundos qué iba a hacer. Me llevó muchos años procesar lo que viví en aquel momento para poder contarlo tal como sucedió.
-Con los años tuvo la oportunidad de conocer personalmente a John Hopkins, el piloto inglés del helicóptero que en última instancia decidió no atacar para centrarse en la fragata Argonaut. ¿Cómo resultó ese encuentro?
-Maravilloso, porque la guerra también tiene estas cosas. Había mutua expectativa y la situación se relajó en cuanto nos dimos un fuerte abrazo cuando nos encontramos en un hotel de la zona de Retiro. “Agradezco la decisión que tomaste”, me dijo entre risas. Desde esa vez hemos comido unos cuantos asados juntos y seguramente una vez superada la pandemia nos volveremos a ver.
- Nota exclusiva de la Familia Cooperativa, una publicación de la Cooperativa Obrera
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