Cuento

Los espejos, siempre los espejos

De un modo subyugante, Adolfo Bioy Casares se sumerge en uno de sus temas favoritos. Lo hace en "Una puerta que se entreabre", que forma parre de una colección de textos para pensar publicados en el siglo pasado.

Por Adolfo Bioy Casares

En mi dormitorio hay un armario de tres puertas. La central, que es la mayor tiene una gran espejo. Durante el día mi sobrina me visita, para lavar, planchar y cocinar.

Cuando salgo voy a los hipódromos de Palermo o San Isidro y siempre vuelvo a casa apresuradamente, ansioso por abocarme a los estudios. La gente ignora lo absorbente que es la genealogía. De noche, en la cama, encuentro el descanso reparador. Lo encontraba, habría querido decir.

No pretendo que esta vida sea ejemplar, ni mucho menos. A mí me gusta y me conviene. Por algo me gusta repetir el dicho: buey solo bien se lame.

Una noche atroz, en que todo cambió, me despertó un cauteloso rumor y aterrado puede ver cómo, lentamente, en la penumba del cuarto, se entrebría una puerta central del armario. Alguien salió. El miedo me paralizaba. Vi avanzar un hombre de gorra, cazadora y briches parecido, tal vez por el corte de barba, al rey Jorge V de Inglaterra. Llegó al centro del cuarto, apoyó ambas manos en el barrote, a los pies de mil cama, y se presentó como un antepasado mío.

¿Por qué lado?, pregunté.

-Eso no importa, contestó con impaciencia. Lo que importa es otra cosa. ¿Usted supone que justifica al lugar que ocupa en este mundo con la vida que lleva?

La aparicion del pretendio antepasado se repitido todas las noches. Yo tardaba en dormirme, preo no bien me venía el sueño, me despertaba el rumor de la puerta del armario, que se entreabría lentamente. Cuando el apareció no me reprochaba mi vida de jugador, me preguntaba si me parecía bien que la sobrina trabajara para mí sin que yo le pagara un centavo o si yo no me sentía orugulloso por no beber como si eso fuera un mérito.

Por lo que dijo pensé que le gustaba la bebida y la noche siguiente lo esperé con una botella de vino tinto.

No me equivoqué. Tuve el desagrado de su visita, pero no de su reprochess. El hombre no se acordó de sermonear y, con verdadera aplicación, vació la botella. Pude creer que yo había encontrado la manera de soportar la situación. Demasiado pronto llegó la noche en que el hombre me dijo:

No me gusta beber solo. Usted beberá conmigo.

Adolfo Bioy Casares (1914-1999)

El vino me desagrada, pero no tuve más remedio que obedecer. Primero no pasó nada malo; después debí de beber mucho, porque a la mañana estaba enfermo. Cuando uno se acostumbra a cualquier cosa, empecé a emborracharme todas las noches. No tardó mi sobrina en descubrir lo que pasaba y, por su indicación, me internaron en un sanatorio.

Aunque sigo flaco y muy débil, llegó un día en que un médico me dijo:

Le voy a dar una buena noticia. Está curado. Hoy mismo vuelve a su casa. Lo felicito.

A la tarde estaba de vuelta en mi dormitorio. Lo primero que vi fueron rosas en un florero, atenció de mi sobrina, y el armario con el enorme espejo en la puerta central.

0 comments on “Los espejos, siempre los espejos

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s