Un rompecabezas entre peronistas – lo que demuestra la gravedad política e institucional de la Argentina -, fue puesto en evidencia por la reunión entre el papa Francisco – con problemas de salud que le impiden desplazarse -, y el expresidente Eduardo Duhalde, quien el año pasado, en lo que pareció un aparente ataque de paranoia, vaticinó ríos de sangre y la interrupción de la democracia en el país del fin del mundo.
Poca – prácticamente nula – información se conoce hasta ahora del encuentro. Pero no es un misterio: en medio de la grieta social y política, es irritante la desavenencia entre los principales dirigentes. En un contexto de competencia feroz en el tablero mundial entre Estados Unidos y China, más la guerra de Rusia con Ucrania, con el trasfondo de una Europa retraída, temerosa de la hambruna y la falta de energías. La Argentina, la incomprensible – incorregible dijo Borges -, es un reservorio de material fósil y litio, agua, naturaleza, pesca…en fin, de riquezas para saciar a millones, con millones de padecientes en su propio terruño.
Hasta ahora hubo apenas amagues de una visita de Bergoglio a la Argentina. No lo hizo. Tampoco fue a a Ucrania. ¿Para qué, si no puedo resolver nada?, se dijo con gran practicidad, con pragmatismo justicialista, como reconoció hace unos días el exmontonero y militante kircnerista Carlos Kunkel, con signos de admiración.
El obispo Gustavo Carrara – puesto a trabajar en las villas por Francisco -, repitió por estos días una consigna (hoy es la colecta de Cáritas), de su amado pastor: tender puentes y derribar muros para acortar, con urgencia, la brecha entre pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos.
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En el lanzamiento de la colecta de Cáritas – prevista para el sabado y domingo -, se trazó una radiografía de la pobreza en la Argentina y se proclamó que «es urgente acortar distancias».
No es casual que ese concepto haya sido sustancial del discurso del presidente Alberto Fernández en la ajada Cumbre de las Américas, ante Joe Biden, otro confeso admirador del Papa, quien no quiere dejar su cargo sin intentar sacar de la podredumbre a un país que recorría a pie y en colectivo, por barrios humildes, fiel a la doctrina de justicia social nacida en la década del 40 del siglo pasado.
¿Se puede extraaer alguna conclusión apresurada? ¿Se avizora una pacificación de los espíritus? Remacha la Iglesia: del laberinto se sale por arriba. En eso están, procurando que hombres y mujeres dialoguen sin enredarse en discusiones baladíes en este instante crucial. La vía es el acuerdo (aún parcial e insuficiente) en un marco de puja de intereses exacerbada. El Papa mueve sus últimas fichas. Y Cristina Kirchner está muy atenta.
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