Por Carlos Morelli
Rick Blaine, bajo el sombrero y el impermeable icónicos de Humphrey Bogart. Ilse Lund, bajo el “chapeau” y el “tailleur” bien de los años 40 de Ingrid Bergman. El vago y parcial perfil de un automóvil. La bruma enseñoreada. Estamos en la secuencia final de “Casablanca”. La del aeropuerto. La de la huída – del Marruecos francés y de las garras del nazismo -, de Victor Laszlo (Paul Henreid). La del sacrificio por amor del “hombre duro” que le ha conseguido a ese héroe de la Resistencia los pasaportes para él y para la mujer que antes fuera suya. La de la “vista gorda” del turbio Capitán Louis Renault (Claude Rains).
También, claro, la del “comienzo de una bella amistad” entre el dueño del café “Rick´s” y el redimido policía francés.
Estamos atravesando, y festejando, el octogésimo aniversario de la siempre vigente película de Michael Curtiz, que en la ceremonia de los Oscar que celebraron a la producción norteamericana de 1942 se quedaría con las estatuillas correspondientes a mejores películas, director y guión.
Personalmente, es una de las que más veces he vuelto (y vuelvo) a ver. En realidad, creo que ninguna otra revisioné – y con pasión indesmayable -, en un número mayor de ocasiones. Y me cuento, desinhibidamente, dentro del “club” de los que consideran a la obra como “la película total”.
Por aquello mismo, me cuesta – y hasta me duele -, decidir cuál es “la” imagen de “Casablanca”. Porque me (y nos) asedian tantas…
…La de Bogart y Bergman en los tiempos aún felices de la París al borde de la guerra. La de Laszlo ordenando y dirigiendo la ejecución de “La Marsellesa” ante la oficialidad alemana. La de “Monsieur Rick” torturándose mientras Sam (Dooley Wilson) toca y canta – otra vez – “As Time Goes By” (Según Pasan los Años).
Pero el majestuoso despojo, la desnuda intensidad y la imborrable belleza de estos rostros enfrentados en el último – tan triste, tan hermoso -. adiós, motorizaron mi elección. Ojalá sea también la de muchos de ustedes.
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