El último jueves Humanidad participó en la Facultad de Sociales (UBA) de una exposición organizada por la cátedra de Martín D’Alessandro en el que se habló sobre un fenómeno en auge: la antipolítica, especialmente en Europa. La invitada especial fue la politóloga Silvia Bolgherini, profesora de la Escuela de Gobierno que depende del Ministerio del Interior de Italia.
Toscana pero no florentina, Bolgherini dio inicio a su exposición prendiendo todas las alarmas: en Europa la antipolítica, a pesar de no ser un fenómeno nuevo, es un tema «a la orden del día«. La principal razón se debe a la insatisfacción hacia la política e incluso hacia el funcionamiento mismo de la democracia.
Definición de antipolítica: sentimientos y comportamientos de desprecio y odio hacia los principales símbolos y actores de la política democrática.

La politóloga remarcó que este sentimiento de aversión va más allá del sano escepticismo que cualquier sociedad puede tener. Provoca incluso consecuencias fisiológicas, ya que las expectativas que chocan contra la realidad generan ira y frustración contra la política.
Esto se ve reflejado en la participación. Después de 1970, en Francia, Alemania e Italia hubo una baja de militantes y de personas sufragando en los días de elecciones. Una de las razones es que «en Europa ya no hay enemigos» (sic), «ya no existe la disputa ideológica ni de clases», como ocurría en los tiempos del comunismo.

Más concretamente, desde 2010 hasta la actualidad hay cada vez menos democracias y un aumento de las autocracias en el mundo. En lo que respecta a las teocracias (gobierno formado por técnicos), la especialista lo marcó como parte de un «fracaso político», siendo que los técnicos reemplazan a los políticos en la función pública. Experiencia mediante, se sabe que de esta forma es que se realizan reformas estructurales que en otras circunstancias no suelen ocurrir.
Pero la antipolítica no deja de tener un precio muy alto, tanto para las democracias como para los políticos que abusan de ella. La volatilidad de la popularidad es una de las consecuencias. Y aquí es donde vemos lo más novedoso de este fenómeno: antes se estaba acostumbrado a ver a la «antipolítica desde abajo», es decir, los ciudadanos. Ahora este desprecio se fomenta por la propia clase política, «desde arriba».
Esto se debe a los cambios en los partidos (con los que la gente se identifica cada vez menos); los políticos (quienes vienen abandonando la formalidad, tanto en sus formas como en su imagen estética); y en los votantes. Estos últimos atravesaron un cambio de valores (del ser materialista al interés intelectual), una mayor autonomía de juicio, y un importante proceso de individualización.
A pesar de este panorama, Bolgherini instó a «comprometerse con la política como si fuera el arte de lo posible», y a una participación sólida.
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