¿Dónde está el virus?¿En nuestro organismo? ¿En nuestra cabeza? ¿Dónde? Dónde sino en nosotros mismo. Ese es un buen comienzo. Dejar de marcar la enfermedad en el otro para localizarla en la santidad de nuestro ego. Porque si fuera por este, en nosotros no cabrían equivocaciones. El ego elimina la autocrítica para responsabilizar al resto. A veces puede acertar, pero tenerlo como norma general va a hacer que hayan más choques que encuentros con los demás.
Con la pandemia del Covid-19 nos pasamos día y noche en los días de cuarentena pensando cuándo se iba a acabar esta tragedia mundial. Fue algo que, en principio, nos unió a una mayoría de la población. Nos preguntábamos sobre las consecuencias, las formas de evitarlo, y al mismo tiempo sobre nuestra vida en sí. ¿Cómo seguiría? Para los que quedamos, siguió. Para quienes no, el final letal ensordeció sus interrogantes.
Lo cierto es que no todos se preguntan y se cuestionan tanto las cosas. ¿Cierto? Resulta casi imposible saber con certeza qué pensamientos son transversales a toda la especie humana, ya que cada individuo lleva un mundo personal complejamente moldeado en su psiquis.
Sin embargo, cuando ocurre algo exterior, sea una pandemia, un desastre natural o un accidente humano, una unión se hace visible ante el período de emergencia que se abre. Sobre eso, excepto que se trate de alguien abstraído de la realidad, todos estamos involucrados.
El virus juega en las mentes de cada uno. De una forma u otra puede seguir repercutiendo en la salud. Ahora bien, ¿cuál es el verdadero virus?
Humanidad 
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