Por un momento dejó de lado – parcialmente – la rigurosidad de la investigación periodística para adentrarse en una novela de ficción, La ciudad de las ranas, editada por Planeta. “¿De qué te reís?”, le preguntaba su esposa cuando entraba a su cuarto y lo encontraba escribiendo solo con una sonrisa estampada en la boca.
Es cierto que Hugo Alconada Mon se tomó libertades e introdujo en su obra personajes cercanos y amigos (algunos de los cuáles se promocionaron regalando el libro y diciendo “acá aparezco yo” y otros, un carnicero, le reprochó, haberlo “tirado bajo el camión”), pero mantuvo su línea al reflejar, con datos verificables un hecho histórico relacionado con la Generación del ’80 y la disputa de “amor y odio”, entre el fundador de La Plata, Dardo Rocha, y el presidente Julio Argentino Roca, el conquistador del Desierto.
Ya por ese tiempo – sólo de esplendor para una parte de la biblioteca -, Rocha, masón, quería convertir a La Plata en “la joya de América del Sur” (los dos países que captaban inmigrantes por entonces eran Estados Unidos y la Argentina), pero tenía un propósito primigenio: voltear a Roca, incluso con un levantamiento armado.
En la salpicada charla que brindó anoche en el Teatro de la Torre, de Pinamar, organizada por el secretario de Cultura, Eduardo Isach, contó que Rocha pretendía captar “vikingos de ojos azules”. Envió emisarios a varios países avanzados de Europa, pero básicamente atrajo – vía Vicente Catani -, un 40% de italianos y un 20% de españoles, que padecían hambruna. Ya en La Plata, casi no tenían forma de “volver atrás”.

¿Qué les prometía? Una ciudad con energía, una parcela de tierra, trabajo y costearles el viaje. Claro, nada gratis. Había que laborar entre 16 y 18 horas diarias. Los hombres cobraban jornada completa; los niños y las mujeres, la mitad, con idéntico esfuerzo.
La Plata, “ciudad de ciento de nacionalidades”, con Universidad, dos clubes de fútbol y empleo púbico, debía ser el trampolín de Rocha a la Presidencia. No lo consiguió. ¿De allí, quizá, la maldición que pesa hasta hoy?
Alconada Mon, descontracturado (sin saco ni corbata, y de zapatillas), reflotó historias de “piringundines” y un hecho tal vez desconocido de Roca. A su muerte, sus hijas legales destruyeron documentación pública, patrimonial y relacionadas con cuestiones de mujeres. La noche del velorio, apareció una mujer que lloraba más que ellas. –¿Esta quien será?, preguntó una. –No ves lo parecida que es a nosotras, le contestó la otra.
Las anécdotas fluyeron sin césar. El periodista, feliz en su nuevo rol, señaló que tenía cuestionamientos a la generación “oligárquica” de los ´80, sin restarle méritos. “También se quería derribar a los cañonazos, con fusiles Mauser de 1871 a Roca – rememoró, reverdeciendo la grieta actual -, pero igual se alcanzaban acuerdos políticos trascendentales: por ejemplo, la ley 1420, de enseñanza obligatoria laica y gratuita universal”. Ello dio lugar a la separación entre la Iglesia y el Estado.
En contrapartida, había un sistema represivo muy fuerte (encarnado en La Plata por el comisario Ramón Falcón.uno de los socios fundadores del club Gimnasia y Esgrima, primer egresado del Colegio Militar), que tuvo que ver con matanzas y la expulsión de anarquistas y socialistas por disposición de las autoridades, sin intervención de la justicia.
Recordó que a fines del siglo XIX ya estaba instalada la pelea entre porteños y el resto del país.
No se animó a recitar la letra del tango “Las caras de la Luna”, pero invitó a goglearlo al público. “Era bien pornográfico”, anticipó.
Apasionante fueron algunos relatos sobre el vínculo entre Rocha y Roca. “Sacaban beneficios mutuos y perjuicios recíprocos…el Presidente no tenía una uña de tonto, evitaba todo lo que podía las invitaciones y regalos del Gobernador, que lo buscaba para pegarle en el tobillo”.
Los dos, eso sí, tenían constancia e iban para adelante, refirió. “Fueron socios del poder, nunca amigos”, aseguró.
Otro dato que tiene correspondencia con la realidad actual era el papel de la prensa. Alconada Mon constató, por caso, “agachadas y traiciones de una generación que para nada fue perfecta”. Específicamente, se refirió “a la compra de periodistas (por parte de Rocha) de El Mosquito, en 1882…le rindieron pleitesía durante dos años, después viraron y lo volvieron a sacudir…”.
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