Cuento Literatura

Esperándote

Doña Elisa, una septuagenaria solitaria de un pequeño pueblo, pasa sus días esperando en el único banco de la estación de tren local. Anhelando el amor y sin interés en nada más, espera a su Don Juan.

«¿Cómo está usted Doña Elisa?», le preguntaban al verla sentadita en el único banco de la estación de tren. Era un pueblo pequeño y el intendente se ocupaba muy poco de los detalles significantes. Un asiento que podía no importarle a nadie era el único centro de vida que le quedaba a Elisa. Ya nadie la podría sacar de allí. Solo el hombre al que esperaba.

Elisa sentía el amor cada vez menos. Se le iba difuminando como si fuera deseo de Dios. «Olvídese, deje en paz a ese pobre hombre y por sobre todo a su memoria», parecía incitarla el rey de los cielos. Pero si de algo sabe Dios es de amor, y lo que esta mujer setentona sabía era que cuando recordaba la mirada de Juan y los momentos donde compartieron palabras, hasta el Papa convalidaría su obstinencia.

Además, ya no tenía más que hacer. Sin hijos o nietos, con una casa de un dormitorio y un pequeño jardín arruinado por el abandono, le importaban tan poco sus vecinos que desde que Juan se mudó no le interesó relacionarse con nadie mas que con sus propios pensamientos. Sí, era una mujer arisca, pero sumamente enamoradiza. A lo largo de su vida se encontró con varios hombres que la hicieron sonreír, y Juan, estaba segura, era el último de ellos. Ya no habría otras oportunidades, otros encuentros inesperados, otras miradas dulces y directas. Estaba resignada a dejarlo todo en Juan, casi por no decir que era la única vía que eligió para seguir viviendo.

En un pueblo de no mas de cien habitantes, con una estación de tren que había dejado de funcionar, Doña Elisa esperaba al amor sentada. Sabía que no iba a llegar. Pero lo que le ardía el pecho cuando pensaba en él valía la pena; el dolor al caer en la realidad; y el tiempo entregado. Sabía que la vida estaba terminando para ella, con lo malo que la suerte y el trabajo podían esquivar. Tenía el trabajo de vivir y la suerte necesaria para llevarlo a cabo. Solo esperaba al amor para pasar el rato, de forma sincera, claro, sonriendo a ratos y llorando en soledad otros tantos.

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Escritor y estudiante. Fundó Humanidad el 2016 a sus 15 años de edad.

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