Me bajé del colectivo por simple capricho. Tenía en la mente, convencido por la razón, bajarme en la próxima parada para estar más cerca de mi destino. Pero algo en mi intuición me decía que podía ser esta la parada correcta. Y así fue.
Antes de bajarme casi me tropiezo por los escalones y la gente. Piso cemento y mi mirada va directo hacia abajo. Se encontraba Ariadna, una compañera de la escuela primaria, mendigando sentada. Nunca tuve trato con ella. La recordaba por su rostro. Un rostro tan particular por su belleza. Durante el resto del día se llevó los mejores halagos que puede recibir una mujer de forma sincera en felicitación por lo que es a simple vista.
«Fuimos a la misma primaria», le digo con una sonrisa, ella pareciendo reconocerme de la misma manera, y yo sonando lo más casual posible, reconociendo y sin reconocer lo que estaba viendo. «Sí», me dice con una de esas sonrisas que me regaló toda la tarde y parte de noche, esas sonrisas que juro me dieron la paz necesaria en los momentos donde ella relataba el infierno por el que había pasado.
Arrodillado, en una situación de confianza que se dio en segundos, le digo de ir a tomar un café. Me felicité a mi mismo por mi gran tino. Hay veces que la gente quiere ayudar pero no sabe cómo, o se le pasa el momento. Yo, gracias a mis charlas con mi abuelo y gente mayor, aprendí que una conversa con futuro en la lleca se empieza proponiendo ir a un café.
Ella aceptó. Llevaba puesto un pantalón corto y una camiseta de tirantes. Su pelo era corto, casi rapado. Me sentía como una especie de psicólogo y a la vez viejo amigo, teniendo que hacer una mezcla de estos para no ser muy invasivo pero al mismo tiempo no creer que estábamos festejando la vida con dos cafés con leche.
Me contó lo que pudo. Al principio se la notaba muy mal, pero fue increíble cómo se normalizó y dejó (un poco menos) de mirar perdidamente, rascarse, reírse sola, no terminar las oraciones y trabarse. Enseguida me di cuenta que Ariadna es una chica de clase media muy inteligente con una buena formación. Por más contradictorio que suene, parecía tener todas las luces encendidas, pero hacía de vendedora ambulante, vivía en una pensión y había dormido en la calle.
Me contó poco sobre sus experiencias, pero me di cuenta que el problema no era económico, sino familiar. Esto me sorprendió mucho porque en un principio hablamos de la familia y la conversación se guiaba por lo más popular: «la familia es muy importante», «el amor que te da», etcétera. Hasta del cariño que te puede dar un papá. Tiempo después me enteraría que esa persona era un abusador, y ella tenía miedo de que lo siga siendo con su hermana menor.
¿Qué harías si te encontrases con alguien de tu pasado en situación de calle? Esa es una pregunta que no me había hecho en la puta vida. Improvisé. Finalizando la charla en el café le propuse ir a una clínica psiquiátrica que quedaba a dos cuadras para que la evalúen. Ahí nos trataron para el ojete, no nos quisieron atender y diciendo que no aceptaban la obra social de mi amiga, nos mandaron al hospital público.
Una experiencia así solo puede llevarte a entender la importancia de que exista la salud pública, como todo lo público. Si no hubiera existido ese espacio, más allá de las instalaciones rotas con agua cayendo del techo, Ariadna no hubiera sido atendida por dos profesionales que nos atendieron empáticamente, y no hubiera dicho cosas que si no se dicen te terminan destruyendo.
«No entiendo por qué somos amables con los demás y tan malos con nosotros mismos. A veces me pregunto …», y ya me olvidé lo que se preguntaba. No se si para la eternidad, no se si mañana, pero hoy no me voy a olvidar de las lunas que llevaba Ariadna como aritos. Tan bella y perdida en la inmensidad.


Ariadna es un nombre qu evoca muchos rostros, gracias por mostrar el que tú ves, o has viisto!
Casualidades. Yo en 1983 tuve una compañera en la UCA a la cual diez años después vi en situación de calle mendigando. Excelente lo tuyo con Ariadna pero reconozco que necesitará mucha fuerza y mucha ayuda cosas que seguro no tiene. Todo lo que relatas me suena a «música conocida» y lo triste pero real es que la sociedad y el estado carece por completo de los dispositivos que necesita esa chica quién con la ayuda necesaria podría cambiar su situación por completo. A esa edad no está todo perdido.