Literatura

El mordiscón al pulpo Rubén

¿A dónde puede llevar un acto ambiguo, como lo es agarrar dinero abandonado en la calle? La sensación de estar haciendo algo mal, o que se trata de una broma, son opciones instintivas. Rubén atravesaría este dilema en una noche que prometía ser tranquila y solitaria como el resto de sus oscureceres.

Rubén estaba caminando por la cuadra de su casa, pronto a llegar a la comodidad de su hogar. ¡Cuánto quería descansar! Había tenido un día común pero algo agitado. No venía pensando nada en especial. Solo con ganas de cenar unos fideos con manteca que le habían quedado en la heladera.

Entre postes que lanzaban muy poca luz a la callecita empedrada, de las pocas que aún quedan en la Capital, Rubén se encontró hacia su derecha con algo inesperado. Vio un billete de cien dólares enganchado al limpiaparabrisas de un auto.

Su primera reacción fue reírse y mirar a su alrededor. Justo en donde el vehículo estaba estacionado había una casa con las lámparas prendidas y la ventana abierta. ¿Serían ellos los que colocaron el papel para reírse de algún transeúnte? Poniéndose de puntillas, miró hacia dentro de la sala, que era una cocina. No había nadie.

De lejos se veía claramente que era un billete de dólar, en perfecto estado. Tuvo que acercarse para corroborar su veracidad. Era falso, pensaba desde que lo había visto. Pero cuando llegó a lo que era más bien una camioneta de carga, estilo canguro, comprobó que era un billete de verdad. O al menos no era de juguete.

Al agarrarlo, miró nuevamente a sus costados y no vio a nadie. Comenzó a caminar lentamente hacia su casa, de la cual estaba a 60 metros de distancia. A los pocos segundos saltó un hombre por detrás suyo, gritando: «¡Te has robado mi dinero!»

Aclaraciones van, inconvenientes vienen, no hubo más remedio que esperar a la policía, una vez que las personas en esa calle eran más de tres, por los transeúntes que se unieron al conflicto.

Al llegar el móvil, el desdichado señor lo explicó todo. El policía lo miraba con unos ojos que Rubén creía eran de una seriedad severa. Algo no iba bien.

«Vamos a hacer lo siguiente. El asunto queda acá. Pero por el casi robo, usted tendrá que duplicar la suma extraída«. ¿Cómo? ¿Casi robo? Rubén no podía creer lo que escuchaba. Debía pagar doscientos dólares que no tenía, y todo por algo que nació más por curiosidad que por avaricia.

El hombre del orden parecía no cambiar de opinión. Rubén estaba solo en esto, luchando contra el abuso policial y una situación más que extraña. Extraña por lo que se había encontrado. ¿O es que lo habían encontrado a él, como un pescador que aguarda junto a su carnada?

Con un poco menos de lo exigido se conformaron el policía y quien saltó de las sombras. El resto de la gente se esfumó. Rubén llegó a su casa y ya sin ganas de comer los fideos, se tiró a la cama.

No se consideraba alguien deseoso de dinero, por lo que estuvo a punto de criticar el acto inicial que derivó en la entrega de lo poco que tenía. Lo asumió como las consecuencias de vivir en el océano. Y a pesar de que tenía un tentáculo menos, con un poco de paciencia lo volvería a generar.

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Escritor y estudiante. Fundó Humanidad el 2016 a sus 15 años de edad.

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