Literatura

El otro encuentro culinario de Michael

Michael Corleone invita a su viejo amigo de la infancia a comer. Pero éste pertenece a otra familia. A pesar de que las décadas pasaron, el recuerdo de lo que el sucesor de don Corleone es capaz de hacer, sigue latente.

Por Ravioli Tattaglia

«¿Qué hacemos si busca apuñalarme?», preguntó el capo Bruno Junior en la mesa redonda que reunía a los integrantes del clan. Es que la invitación de Michael Corleone a almorzar fue algo inesperado. Hacía tiempo que los Tattaglia habían quedado en paz con la familia del gran Padrino, pero la paranoia podía más que cualquier otra cosa.

«No es paranoia, maldito. Es precaución», le respondió el gordo Ravioli a uno de los que opinó sobre la situación. Los asuntos de mafia eran delicados, y cada encuentro los hacía planificar como un general que va a la guerra.

Luego de horas de debate, decidieron que Bruno Junior asistiría al almuerzo. Iba a ser en un restaurante que controlaban, y habría una cantidad apabullante de hombres observando. Desde la entrada, las mesas, hasta la acera, hombres que destrozaban rostros con sus piernas esperarían a Michael.

Michael se presentó puntual en la puerta del restaurante. No iba con ningún tipo de custodio. Simplemente deseaba ver a su viejo amigo de la infancia, quien hoy era un adversario en los negocios. Pero ningún interés capitalista u odio enfierecido por las traiciones del pasado, le impidió ver con ojos de ternura a su amigo Bruno.

Hacía muchos años que no se veían, lo cual emocionaba al joven Don, quien había tenido un episodio cercano a la muerte que lo hizo querer ver nuevamente a la gente que apreciaba. Pero también apreció la campera anti-balas que llevaba puesta Bruno Junior. Le impactó, teniendo en cuenta que era un día caluroso, pero lo dejó pasar y le dio un fuerte abrazo.

El almuerzo se desarrolló con alegría y relajación para los Tattaglia, una vez comprobado que la intención no era matarlo. «Lamento mucho esto, Michael, pero ninguno de nosotros olvida lo que pasó con Sollozzo». El sucesor de don Corleone le hizo un gesto de aceptación con el rostro, pero no dejó de sentir el puñal en su corazón, ese mismo que creían que usaría para asesinar.

Michael solo quería que sus amigos lo vieran también como tal. Que quienes apreciaba, lo apreciaran a él también. Sin embargo, le era imposible callar esa voz en su cabeza que le decía «¿a quién le importa lo que estás contando?» o «acá solo interesa el dinero y las segundas intenciones».

El dolor que le causaba la crueldad con que se daban sus relaciones no familiares era supremo. Seguía teniendo fe, y limpiando la sangre, terminó su plato para armarse de valor y seguir viviendo, con las traiciones y las sonrisas, con la falta y la ilusión.

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