Por Eduardo Gómez Zaragoza de la Rosa de Córdoba
Siento algo muy doloroso. Siento que se me fue la vida. Que aquellos momentos donde era libre, en que caminaba por la calle con ligereza y seguridad, no volverán. Recurrir al alcohol, al olvido a través de los vicios, es una de las opciones, pero para mi ya no la adecuada. Descubrí que no sirve de nada y empeora la situación. Suficiente se tiene con el letal sentir de la añoranza.
Mi juventud se fue. No la quiero, porque siempre critiqué a quienes la ven como un “divino tesoro”, envidiado exacerbadamente. Me parece que la vida es igual de importante en todas sus etapas: la niñez, la adolescencia, la adultez, la vejez, y las etapas intermedias que hay en cada una de ellas.
Eso de andar queriendo ser joven otra vez para tener la cara lisa, las escenas de sexo, o váyase a saber qué, me parecía de una ridiculez inentendible. Hoy entendí que lo que se añora no es nada de eso, ni siquiera la falta de molestias físicas, sino que un pasado lleno de vida.
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Trabajo, amores, proyectos, amigos. Distintas cuestiones nos mantuvieron activos y distraídos, lo cual se suele calificar como «frescura». En los tiempos que corren, donde el panorama cambió, nos dejamos sucumbir por la melancolía. O al menos yo.
Qué triste debe ser que no esté más una persona con quien se transcurrió buena parte de los años. Esa es la juventud que se añora. Para quien perdió un hijo, es esa otra. Y también para quien se quedó sin fuente de ingresos u ocupación. Son juventudes perdidas, que quedaron en pasados perdidos. Momentos que ya no están, y que sus flashes dañan al presente vacío de impulso.
Es que ¿para qué quisiéramos una nueva ilusión? Con lo duro que es el mundo… Ya lo conocemos. ¿Por qué pasar de vuelta por lo mismo? Sin embargo, seguimos sintiendo que nos falta algo. Es ese mismo algo que también nos faltaba cuando éramos los dueños de la calle, protagonistas de la naturaleza urbana.
Sentir el fresco de las estrellas sigue siendo posible. Quizá no sea entre amigos en una azotea ajena, para luego volver a la comodidad del hogar. No, ahora nos toca vivir otra etapa. Una que debe luchar contra la melancolía, para mañana despertar y seguir haciendo. Porque las estrellas no diferencian entre jóvenes o viejos. Las puede ver cada noche quien no se deje engañar por sus pensamientos.
Venga, ya me he convencido. La vida no se fue, ¡sino no habría podido escribir esto! Además, dejar de considerar al pasado como algo que se perdió, ayudaría a comprender que en realidad hay algo que supera aquel amor tan intenso, idealizado por el paso el tiempo. Esa superación es el movimiento y la contemplación que somos capaces de tener hoy, sea a lo que sea, más o menos acompañados.


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