Por Horacio Gómez Zaragoza de la Rosa de Córdoba
Debo aclarar que quien les escribe no es Eduardo, sino su hermano. Estas semanas se encuentra vacilantemente apesadumbrado por una tontería que no le permite escribir. Hay una marca en el techo de su departamento, que él mismo hizo sin querer. Aquello lo perturba, como algo roto que no deja tranquilo a su dueño.
Le es imposible dejar de verla. Para colmo está en el living, lugar de la casa donde transita obligatoriamente. Pensó quedarse en su cuarto, pero logré convencerlo para que no lo hiciera.
En una de sus meditativas noches apareció un insecto extraño. No era una cucaracha voladora, pero tampoco un mosquito. Se asimilaba mas bien a una luciérnaga, sin la luz y con unas patas muy largas. «¡Insecto del diablo!», me dijo que gritó apenas lo descubrió. «Vaya delirio Eduardo, ¡ni se te ocurra pensar que el maligno se te aparece en seres vivos!», le recomendé cuando me lo contó con dos cafés de por medio.
Resulta ser que se volvió loco por aniquilarlo. No lo quería dentro de la casa. Si bien podía irse a dormir con seguridad, no soportaba la idea de que un ser desconocido permaneciera entre sus paredes. Es por eso que, sin premeditación, se subió a una silla e intentó aplastarlo. Como vio que hacerlo con sus manos sería complicado, fue hasta la cocina a buscar dos sartenes para que el bicho quedase aplanado en el medio.
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El insecto quedó en el suelo, finiquitado. «¡Sí!», se dijo con una sonrisa mi hermano. Sin embargo, a los pocos segundos levantó la cabeza hacia el techo. Había dejado una raya con la misma fuerza que capturó al intruso, rozando el cielorraso. En el momento no se hizo problema y lo tomó como un daño colateral, yéndose tranquilo a dormir.
Pero durante los días siguientes la marca se volvió casi un trastorno. ¿Cómo dejar de ver lo que está roto? Mi consejo fue ver lo que no lo está. Porque muchas veces nos concentramos en esa marquita, que si bien podría no existir o podríamos haber evitado, es parte de la imperfección humana. ¿Cuándo importan menos las cosas que cuando ocurre algo grave, es decir, relacionado al peligro mortal?
Lo roto se convierte en un reflejo irreal que vemos en el todo, cuando en realidad no representa mas que un 10%. Entregarse gozosamente a la vida sin reconocer las fallas tampoco pareciera ser el camino. Aristóteles recomendaría el camino medio.
Para ello, le dije a Eduardo que observase más hacia al lado de la raya, donde hay un blanco perfecto. ¡Ahora no deja de contemplar lo que está limpio y ordenado! En cuanto se termine de reponer, podremos decir que el insecto trajo problemas con descubrimientos sobre lo que cotidianamente pasaba desapercibido.
¿Y si no fuera dueño del departamento, le hubiera molestado tanto? Tiene ética, por lo que se que sí. ¿El cuidado de las cosas está necesariamente ligado a la ética? ¿O es una cuestión propia de quien las posee?
También puede ocurrir que lo que esté roto no sea algo material, sino un vínculo. Me parece que podría aplicar la misma reflexión, de ver lo bueno que sí hay al lado de lo imperfecto, a lo que le damos una desmesurada importancia. Para estas situaciones le diré a mi hermano que no utilice ninguna sartén, y que lea sus propias notas.


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